sábado, abril 21, 2007
Deuda y emergentes
LIVING WITH DEBT: How to Limit the Risks of Sovereign Finance. Coordinado por Eduardo Borensztein, Eduardo Levy Yeyati y Ugo Panizza. Economic and Social Progress in Latin America. 2007 Report. Disponible en Internet.
A pesar del intento de algunos economistas académicos por convencernos de que la forma en la que se financie un país es irrelevante (lo que técnicamente se llama equivalencia ricardiana), el tamaño, la estructura temporal, la moneda, el costo y la forma de ajuste de la deuda pública importan… y mucho. Justamente de la importancia de esos factores se ocupa buena parte de LIVING WITH DEBT.
La primera parte de LIVING WITH DEBT se ocupa de los hechos estilizados de la deuda. Uno de los aportes más importantes es la construcción de una base de datos, armada por Cowan, Levy Yeyati, Panizza y Sturzenegger, que informa la deuda pública desagregada por tipo (externa versus doméstica, oficial versus privada, bonos versus deuda bancaria), por composición de moneda, por cláusula de ajuste (indexación o no), por vencimiento y por nivel de gobierno. Entre los economistas, la construcción es una actividad poco sexy y la mayoría de los jóvenes prefieren desarrollar modelos. Sin embargo, el desarrollo de una base empírica más amplia y de mejor calidad es un paso importante en la evolución de cualquier ciencia y, en ese sentido, los profesionales involucrados en el proyecto de LIVING WITH DEBT están dentro de la mejor tradición empírica que la economía puede ofrecer.
Justamente por la incorporación al análisis del crecimiento de la deuda doméstico es que los autores de LIVING WITH DEBT son más prudentes acerca de las perspectivas de América Latina que “el optimismo reinante” en los mercados financieros. Es que cuando se mira bien, incluyendo la deuda doméstica y ponderando por los stocks de deuda, el resultado es que los niveles de endeudamiento en relación a PBI se mantuvieron relativamente estables. Por lo tanto, políticas fiscales más prudentes no resultaron, todavía al menos, en una reducción significativa del apalancamiento de los países latinoamericanos.
La sabiduría convencional señala que los países de América Latina sufren el “pecado original”: no pueden emitir en moneda local en los mercados internacionales (el pecado original en su versión internacional) y no pueden emitir en el mercado local a largo plazo (el pecado original versión local). A pesar del aumento en el tamaño del mercado de deuda doméstica, los autores de LIVING WITH DEBT señalan que todavía los países latinoamericanos están afectados por el pecado original ya que sólo una parte chica de la deuda está emitida a tasa fija mientras que el resto está indexada a precios o a tasas.
¿Cómo crece la deuda? Se preguntan los autores. La respuesta trivial es: por la incidencia del déficit fiscal de los gobiernos. Sin embargo, la medición de la dinámica de la deuda muestra que la cuestión fiscal es una parte muy menor. Las devaluaciones, que aumentan el peso de la deuda denominada en moneda externa, las crisis bancarias que terminan con el estado como prestamista de última instancia, o los esqueletos (el reconocimiento de pasivos contingentes con, por ejemplo, jubilados) son variables mucho más importantes en la explicación de la dinámica de la deuda.
LIVING WITH DEBT plantea que, a diferencia de lo que ocurren en las economías desarrolladas, el resultado fiscal tiene un carácter más procíclico. Esto es así ¿por qué los políticos de los países emergentes no pueden o no quieren aplicar políticas fiscales contracíclicas? Así: con prudencia y sabiduría metodológica, los autores introducen la posibilidad de causalidad en reversa: la correlación no implica causalidad.
En el análisis de las condiciones del mercado internacional de bonos emergentes, los autores de LIVING WITH DEBT, una vez más, llaman a la prudencia: la volatilidad no desapareció para siempre. Aunque “los fundamentals económicos son indudablemente más fuertes en la región, su fortaleza se debe en gran medida a los factores externos tales como la mejora en los términos del intercambio y el crecimiento de la economía global, así como también la liquidez abundante y el apetito de riesgo relativamente alto de los inversores”. Es decir que, en la causalidad del crecimiento regional, estos economistas adhieren a la hipótesis del viento de cola como un factor de mayor peso que las buenas políticas. Sin embargo, el argumento está enunciado pero no se aporta evidencia al respecto. Además, la disparidad en las tasas de crecimiento con el mismo ambiente externo – por ejemplo, Argentina crece a más del doble de rápido que Brasil – sugiere que las políticas importante… y mucho. Pero no hay que perder de vista el mensaje de LIVING WITH DEBT: los spreads de los emergentes están bajos… muy bajos.
Aunque de que los autores son economistas relacionados con organismos multilaterales de crédito en forma más o menos directa, mucho del análisis y las conclusiones caen dentro de la visión heterodoxa. Por ejemplo, los autores encuentran que, en general, el nivel de endeudamiento de los países de América Latina es muy alto y que esto tiene consecuencias negativas importantes sobre el gasto social y sobre el gasto en infraestructura. Se deduce del libro que los gobiernos de los países de la región tienen que hacer una utilización mucho más cuidadosa del ahorro externo y, además, no dormirse en los laureles de la deuda doméstica.
El libro también presenta análisis interesantes sobre la cuestión de la sostenibilidad de la deuda donde se da cabida a los enfoques más nuevos que introducen el descalce de monedas en el análisis así como métodos estocásticos más sofisticados (en estos últimos, la explicación es menos eficaz pero, también, la probabilidad de adopción de estos modelos es más baja).
LIVING WITH DEBT critica en forma terminante a la literatura que plantea el default como una decisión estratégica: los países entran en cesación de pagos porque no pueden más, luego de hacer todo lo posible para pagar… y a veces, hacen más de lo posible. Una implicación del análisis es que muchas veces se entra en default más tarde de lo debido. También, que los costos del default se pagan rápidamente y la economía queda en condiciones de retomar crecimiento. Los mercados tienen memoria corta y el costo de la cesación de pagos en términos de acceso limitado al mercado de capitales es bajo. Nuevamente, los autores no temen a las conclusiones heterodoxas.
Las recomendaciones de política económica son más convencionales, tal vez porque en estos asuntos está casi todo inventado. La combinación de reglas fiscales con acumulación de reservas por razones prudenciales da resultados positivos. También señalan la falta de mejores líneas de financiamiento contingente por parte de los multilaterales. Y sugieren la emisión de más instrumentos indexados a la suerte macro o de commodities de los países.
Se trata una lectura imprescindible para el responsable de política económica de economías emergentes y, también, para el economista aplicado. Su carácter pedagógico lo convierte también en un material muy recomendable para los programas de macroeconomía y finanzas. Ofrece un repaso comprensivo de los temas asociados a la deuda y sus implicancias de política económica. Sólo falta agregar un capítulo que estudie la relación entre deuda y distribución del ingreso para tener un manual completo.
La divulgación es excelente tanto en la actualización de investigaciones recientes como en la explicación de los hechos estilizados. Además, temas complejos como los problemas de identificación, de causalidad, de medición con valores extremos son tratados con claridad y simpleza. La utilización de jerga está reducida al mínimo y hasta manejada con cierto humor (un responsable de política económica con una tasa de descuento alta es caracterizado como un “individuo que prefiere consumir todo lo que pueda hoy sin preocuparse demasiado acerca de lo que ocurrirá mañana”).
Resume “todo lo que usted quería saber sobre la deuda de los países emergentes…” en la combinación óptima de hechos y teoría.
domingo, febrero 25, 2007
Apología de la globalización financiera
THE NEXT GREAT GLOBALIZATION: HOW DISADVANTAGED NATIONS CAN HARNESS THEIR FINANCIAL SYSTEMS TO GET RICH por Frederic Mishkin. Princeton University Press. 2006. 310 páginas.
Frederic Mishkin es un economista académico de peso. Es profesor en Columbia, autor de numerosos libros en banca y finanzas (entre ellos, uno en coautoría con Bernanke), editor de varias de las revistas académicas más prestigiosas e investigador de varios centros de investigación importantes. Es por eso que, cuando habla, hay que escucharlo.
En THE NEXT GREAT GLOBALIZATION, Mishkin promueve a la globalización financiera como un componente esencial de una estrategia de crecimiento para los países en desarrollo. Por globalización financiera entiende la apertura de los mercados financieros de un país al capital extranjero y a instituciones financieras extranjeras (aunque se trata de cosas muy diferentes ya que una cosa es la presencia de bancos con capital de origen extranjero en el sistema bancario local que, finalmente, están bajo la regulación local y deben competir en igualdad con los locales y, otra muy diferente, es la liberalización de los movimientos de capitales). Distingue entre la liberalización financiera interna, que significa levantar las restricciones a los bancos locales para prestar, de la liberalización financiera externa que consiste en la apertura de la cuenta capital y a los bancos extranjeros. De esta última se ocupa el libro.
La receta de Mishkin es simple: “reforzar los derechos de propiedad y el sistema financiero”. Su visión es que “las instituciones correctas enriquecen a un país” donde la causalidad va de desarrollo institucional a desarrollo económico. Esto, por supuesto, está lejos de ser aceptado entre los economistas. Obviamente que más calidad institucional es mejor pero la cuestión es si el desarrollo institucional precede y causa crecimiento o, en cambio, es producto del crecimiento y, a su vez, lo retroalimenta.
Mishkin reconoce que “desarrollar un sistema de derechos de propiedad sólido es una empresa complicada” porque es el resultado de una larga evolución social y económica. Más aún, a partir de la experiencia china, señala que “las instituciones que funcionan bien en un país avanzado pueden no siempre funcionar en un país en desarrollo; pueden tener que se adaptadas al ambiente local”. Pero sus recomendaciones de política son generales, no detallan como es el proceso de adaptación a lo local. Aunque Mishkin critica, por ejemplo, el enfoque de “receta única” del FMI, lo que termina promoviendo no es muy diferente.
El problema es promover la globalización financiera para todos pero luego aceptar la posibilidad de que fracase en algunos casos, es mala economía. Si este fuera todo el aporte científico de los economistas están bien lejos de otras profesiones: ¡Al menos los médicos hablan de efectos secundarios, interacciones con otros fármacos y contraindicaciones!
Entender el fracaso es tan importante como la recomendación general. Mishkin lo hace. Buena parte del libro está dedicado a estudiar “el fracaso de la globalización”. ¡Buena parte de la evidencia contra la globalización financiera es citada por el propio Mishkin!: “18 de 26 crisis financieras en los últimos 20 años ocurrieron después de que se hubiera liberalizado el sector financier, en forma interna y externa, dentro de los 5 años siguientes a la liberalización” (aquí el lector tiene derecho a preguntar ¿por qué seguir leyendo entonces?).
El fracaso de la globalización financiera puede ocurrir porque los bancos tomaron riesgos excesivos (y entonces, dice Mishkin, hay que tener buena regulación y supervisión bancaria) o porque “los poderosos intereses empresarios locales pervierten el proceso de liberalización financiera” (y aquí Mishkin parecería sugerir que el estado no debería salvar bancos en problemas por cuenta del contribuyente). También puede fracasar la globalización financiera porque hay una corrida cambiaria. Mishkin se pregunta “¿por qué las crisis financieras son tan diferentes en los países avanzados?” La especulación contra la libra en 1992 o la crisis de los Savings & Loans en EE.UU. no terminaron en crisis a gran escala. Su respuesta es porque “las economías avanzadas rara vez son golpeadas con crisis gemelas (cambiaria y financiera) porque la estructura de su deuda (…) está denominada en moneda local y es de largo plazo”. Si Mishkin hubiera reflexionado más sobre porqué los países en desarrollo, y sus empresas, no pueden emitir deuda en moneda local a largo plazo tal vez podría haber concluido que, en aquellos lugares entonces, la globalización financiera no es la receta única que él pretende.
Su análisis de la crisis argentina muestra más agujeros conceptuales del libro. “La historia de Argentina es la más deprimente de todos los casos de estudio del libro. Argentina hizo muchas cosas correctas al desarrollar un sistema financiero que promoviera el crecimiento pero (…) problemas estructurales (…), el fracaso para lidiar con problemas fiscales, y algo de mala suerte, que debilitó los fundamentals macroeconómicos, llevaron a una crisis mucho más devastadora y larga que las de México y Corea”, señala Mishkin.
Dos cosas sorprenden del análisis. El olvido del atraso cambiario como causa de la crisis y los fuertes elogios a la regulación bancaria que tenía el país antes de la crisis. Sobre la fortaleza de la regulación, Mishkin señala que los argentinos “crearon uno de los regímenes de regulación y supervisión bancaria más innovadores en el mundo” y que “como resultado de estas reformas, en 1998, el Banco Mundial colocó a Argentina en el segundo lugar entre las economías emergentes por la calidad de su ambiente regulatorio”. Luego de esto, el propio Mishkin reconoce que los reguladores argentinos “no obligaron a los bancos a tomar en cuenta el hecho de que, si la convertibilidad se abandonaba, quedarían expuestos a un riesgo cambiario muy grande inclusive si en sus libros los activos y pasivos denominados en dólares eran equivalentes”. ¡Esto es como alguien que elogia a un arquitecto que construye la mejor casa posible, aunque sin defensas para el agua en una zona inundable!
El problema del libro Mishkin promueve la globalización financiera como receta única a pesar de estar lleno de advertencias acerca de los fracasos ocurridos o posibles. Mishkin insiste en que es un camino difícil, que “no hay una respuesta simple”, que requiere “trabajo duro de parte de las economías emergentes” pero aún así no se le ocurre explorar alternativas. El lector puede preguntarse si es legítimo promover un camino que fracasó tantas veces y con tantos obstáculos a vencer.
La historia de los países exitosos enseña que hay muchas formas y secuencias de integración financiera al mundo. Hasta puede argumentarse que cuanto más gradual y prudente sea este proceso, y la consiguiente utilización del ahorro externo, mejor le va al país en cuestión. Claro que tiene que estar acompañado por políticas monetarias, cambiarias y fiscales sólidas.
La experiencia de América del Sur con sus diferentes episodios de liberalización financiera en las dos décadas pasadas son buenos ejemplos de que la entrada de capitales irrestricta, combinada con tipos de cambio fijos, que se atrasan, es la receta para el desastre. Mishkin parece ignorar años y artículos de evidencia que muestran que los flujos de capitales son uno de los factores causales del ciclo y la volatilidad en los países emergentes y que, como estos flujos dependen del estado de la liquidez en los mercados desarrollados, la apertura irrestricta deja a las economías en desarrollo a merced de la liquidez global, con el agravante de que el tamaño de los sistemas financieros locales es chico en relación a los países desarrollados.
La retórica de Mishkin va en esa misma dirección. Los ejemplos de globalización financiera que presenta al lector son ingenuos: “cuando un inversor japonés compra un bono del tesoro de los EE.UU.” o “un préstamo del Citibank a un fabricante de zapatos malayo” o “la apertura de una oficina de un banco español en Santiago, Chile”. Y son ingenuos porque difícilmente el lector considere a cualquiera de estas manifestaciones de la globalización financiera peligrosa. Si en cambio Mishkin hubiera personificado a la globalización financiera como flujos de capitales que representan varios puntos del PBI del país receptor dispuestos a irse en pocos meses ante un cambio en las condiciones de liquidez mundial el ejemplo hubiera sido más relevante.
Esto es lo curioso del libro. Mishkin entiende los problemas de la globalización financiera. Algunos están bien explicados en su libro. Hay recomendaciones apropiadas. Por ejemplo, limitar el descalce de monedas en el sistema bancario para acotar la dolarización de los pasivos y es justamente lo que se implementó luego de la crisis en Argentina mediante la prohibición a los bancos de prestar en dólares a firmas no exportadoras. Pero otras recomendaciones de Mishkin no pueden aceptadas en forma general tales como “sin el respaldo institucional adecuado sea cuidadoso al adoptar el seguro de depósitos” o “saque al gobierno del negocio bancario”.
Mishkin recomienda que “la política monetaria promueva la estabilidad de precios” para lo cual hay que evitar los “desequilibrios fiscales”. Sin embargo, Argentina tiene superávit fiscal y tiene inflación alta. Más aún, el caso chileno entre 1980 a 2006, que cierra el libro como el gran ejemplo de que la reforma “puede hacerse inclusive en América Latina”, es uno donde la inflación superó el 20% anual en promedio durante más de una década y aún así la economía creció. No es obvio que crecer a tasas altas, con cierta rigidez de precios a la baja, no exija una inflación anual alta pero manejable.
¿Cómo es posible que un economista técnicamente dotado, con un conocimiento casi pleno de los problemas de la globalización financiera, la promueva abiertamente como si no hubiera alternativa? Una respuesta posible es que la ideología nubla la visión. Esto es evidente en su opinión de la Argentina de hoy. Dice Mishkin: “Kirchner está volviendo a las desastrosas políticas (…) anti-mercado (…) Uno de los ejemplos más ilustres es la medida (…) de restringir las exportaciones de carne por seis meses con el objetivo de aumentar la oferta doméstica y bajar el precio (…) El país está condenado a perder otros 50 años de crecimiento económico”. Calificar a un gobierno conservador en política fiscal de esta manera es un despropósito. Además, cuando se trata de la canasta alimenticia no hay ortodoxia o heterodoxia (aunque personalmente hubiera preferido la suba de las retenciones en lugar de la restricción cuantitativa). ¿Acaso no acaba México de controlar el precio de la tortilla sin qué por eso se lo haya colocado fuera del mundo civilizado? Sólo un economista fuertemente ideologizado puede desconocer esto y tomarlo como argumento para augurar medio siglo de infortunios.
domingo, febrero 18, 2007
Imperialismo económico
FREAKONOMICS por Steven Levitt y Stephen Dubner. Editorial EDICIONES B. Colección CRONICA ACTUAL. Edición 2006. 256 páginas. $ 28,00.-
Steven Levitt es un economista inusual. Al menos, se ocupa de temas inusuales tales como el impacto disuasivo de la pena de muerte, la corrupción en las peleas de sumo, la estrategia para patear penales, la peligrosidad de los conductores ebrios, las finanzas de las pandillas que venden drogas, y así podríamos seguir la lista. Además, es inusual en otros sentidos porque escribe bien, enseña bien y es altamente respetado por sus pares. Es un economista de altísima calidad técnica que recibió la medalla John Bates Clark en 2003 (una distinción que se otorga cada dos años y es algo así como el premio Nobel para economistas jóvenes). Cursó su licenciatura en Harvard, su doctorado en el MIT y es profesor en Chicago, seguramente las tres mejores universidades en economía de los EE.UU. Como si fuera poco, en su edición en inglés, FREAKONOMICS es ya un best-seller que, además, continúa su vida como columna estrella en el New York Times.
Encontrar una traducción al español de FREAKONOMICS no es fácil (y la edición local no lo intenta): ECONOMIA BIZARRA es una primera pista al contenido del libro. Es economía en el método, en la manera de analizar un problema (y Keynes sostenía que eso era la economía, una forma de pensar la realidad) aunque no en la elección de los temas. Levitt no se ocupa de los precios, o la inflación, o la tasa de interés.
Seguramente la parte más importante y controversial del libro es la explicación de la caída en los indicadores de criminalidad. Como se sabe, el crimen disminuyó sustancialmente en la década pasada. Y los comunicadores televisivos no tienen razón: no fue la mano dura en la ciudad de Nueva York. El crimen bajó en todas partes y en todas sus manifestaciones. Los asesinatos bajaron un 43% entre su pico de 1991 y el año 2001 Los delitos violentos y contra la propiedad disminuyeron 34% y 29% respectivamente en el mismo período. Las explicaciones no faltan: 1) el cambio en las estrategias de la policía, 2) el aumento en la gente en prisión, 3) cambios en los mercados de crack u otras drogas duras, 4) el envejecimiento de la población, 5) un control de armas más duro, 6) la fortaleza de la economía y 7) el aumento del número de efectivos policiales son las razones más frecuentemente mencionadas. Todo esto parece razonable pero Levitt se ocupa de refutar o minimizar estos factores.
La razón de la baja en el crimen es... la legalización del aborto. En 1973, la Corte Suprema de Justicia de los EE.UU., en el caso Roe versus Wade, invalidó todas las leyes estatales que restringían el acceso a un aborto durante el primer trimestre de embarazo. En la práctica, esta decisión legalizó el aborto en los EE.UU. La evidencia sugiere que esta decisión explica en buena medida la disminución del crimen. La teoría se basa en dos premisas: 1) los hijos no deseados corren mayores riesgos con relación al crimen y 2) la legalización del aborto reduce el número de hijos no deseados.
En un asunto tan delicado como el aborto, Levitt podía evitar los juicios de valor y simplemente documentar la causalidad propuesta: los hijos no deseados tienen mayores probabilidades de convertirse en criminales y, por lo tanto, la legalización del aborto reduce el crimen cuando estos chicos no deseados llegan a la edad de delinquir. De hecho, en sus trabajos académicos, Levitt evita las referencias éticas y los juicios de valor. El libro, en tanto ejercicio de divulgación, es más polémico, y tal vez comercial, por lo que Levitt no evita cierta toma de posición: “La Corte Suprema permitió el ejercicio de la voz de aquello que las madres en Rumania y en Escandinavia – y en otras partes – habían sabido por mucho tiempo: cuando una mujer no quiere tener un hijo, usualmente tiene una buena razón. Puede no tener un marido o tener un matrimonio malo. Puede considerarse demasiado pobre para educar un hijo. Puede creer que su vida es muy inestable o infeliz; o puede considerar que sus problemas con el alcohol o las drogas van a dañar la salud del bebé. Puede pensar que es muy joven o que todavía no recibió la educación suficiente. Puede querer tener un bebé con desesperación en unos años pero no ahora. Por cientos de razones, ella puede sentir que no puede generar un hogar que sea conducente a criar un hijo sano y productivo.”
¿Qué tipo de mujer – se pregunta Levitt – tiene más probabilidad de aprovechar el fallo Roe v. Wade? “Muy a menudo era soltera o adolescente o pobre, y a veces las tres cosas.” Un estudio, aporta Levitt, mostró el que el chico típico que no nació en los años tempranos de la legalización del aborto tenía 50% más de probabilidades que el promedio de vivir en la pobreza y 60% más de probabilidades de crecer con un solo padre. Y “estos dos factores, la pobreza infantil y el hogar con un solo padre, están entre los predictores más fuertes de que un chico va a tener un futuro criminal.” Crecer con un solo padre duplica la propensión a cometer un crimen. Lo mismo, tener una madre adolescente.
La legalización del aborto tuvo otras consecuencias, cuenta Levitt. El infanticidio disminuyó dramáticamente. También bajó el número de matrimonios en el transcurso del embarazo y la cantidad de niños que se entregan en adopción (lo que explica el boom en la adopción de niños extranjeros). Pero los embarazos aumentaron 30% mientras que los nacimientos cayeron 6% es decir “que muchas mujeres utilizaron el aborto como un método de control de natalidad, un tipo crudo y drástico de póliza de seguro.”
En momentos donde se plantea la discusión sobre la legalización restringida del aborto en nuestro país y donde la inseguridad sigue siendo una de las herencias de la crisis (y deuda del gobierno), los argumentos que propone Levitt no pueden pasarse por alto en forma liviana. Más aun, el análisis socio-económico del crimen se impone ahora como una necesidad de política, no para promover el aborto sino cuando más no sea para entender las causas últimas de la inseguridad. De cualquier manera, aún hay alguna discusión académica acerca de la econometría utilizada por Levitt para sostener su hipótesis sobre la relación entre la legalización del aborto y la disminución del delito. Y, por supuesto, el fuerte componente ético de la discusión también tiñe el debate. Por caso, algunos críticos de Levitt, en contra de la legalización del aborto, no cuestionan los hechos sino sus implicancias: que la mejor manera que de evitar que un chico por nacer se convierta en un criminal sea matándolo no habla bien de cómo una sociedad resuelve su problema de inseguridad es un argumento que se ha hecho contra FREAKONOMICS. De hecho, la opinión de Levitt fue requerida varias veces por periodistas portugueses debido a la consulta popular reciente en la que se despenalizó el aborto en Portuga. Levitt decidió no responder a los periodistas porque:
"After some thought, I decided not to reply to any of these press inquiries. The reason is that my research in abortion and crime, as discussed in Freakonomics, is virtually irrelevant to any discussion of whether abortion should be legal. It is true that I believe that legalized abortion, by reducing the number of unwanted children, lowers future crime. On the other hand, if you put any value on either a fetus or a woman’s right to choose, any benefits from lower crime get swamped by these other considerations. I could have tried to convey this point to the reporters, but given past interactions with journalists on this topic, that is not the answer they want to hear, and thus, not what makes it into the stories.
Ultimately, legalized abortion is a moral and political issue, not an economic one (even under my incredibly loose definition of what economics encompasses). My opinion simply doesn’t matter."
La relación legalización del aborto – disminución del delito, por importancia, roba la atención de otras partes muy interesantes de FREAKONOMICS. Por ejemplo, a partir del trabajo de campo de un estudiante de posgrado de Chicago, Sudhir Venkatesh, formando parte de una banda de traficantes de crack, Levitt y Venkatesh llegaron a la conclusión de que las pandillas funcionaban en la misma forma que cualquier empresa capitalista: “había que estar cerca de la cima de la pirámide organizacional para ganar un buen salario.” Es decir que los salarios en el crimen estaban tan sesgados como en las empresas legales. “Y un soldado a pie de una banda tenía mucho en común con quien prepara hamburguesas en McDonald o quien repone las estanterías en Wal-Mart.” Los salarios bajos, en términos absolutos y relativos, y las malas condiciones de trabajo, por ejemplo. De allí que a la pregunta extraña de porqué los traficantes viven con sus madres, la respuesta es: porque no tienen dinero para vivir solos.
Otra pregunta intrigante que se hace Levitt: ¿cómo es que el Ku Klux Klan se parece a un grupo de agentes inmobiliarios o de seguros? FREAKONOMICS explora la historia del KKK y, en particular, como la poca y mala información hacía que se le atribuyeran al KKK linchamientos de los cuales no se sabía el culpable (y de los que probablemente el KKK no era responsable). Y el KKK también era una operación que producía ingresos altos para los que, una vez más, estaban en la cima de la pirámide organizacional. Es decir, era una organización con fines de lucro. Y difundir esta información fue la mejor manera de erosionar el poder de la organización. Y la forma en la que un ex miembro del KKK, Stetson Kennedy, desengañado, lo hizo no pudo ser más extraña: a partir de filtrar a los productores del programa de radio Superman, la forma de operar del KKK que se convertiría por varios programas en el enemigo del hombre de acero. “Los productores estaban encantados. Superman se había pasado varios años peleando contra Hitler, Mussolini e Hirohito pero con el fin de la guerra necesitaba otros villanos.” ¿Ridículo? Puede ser pero un historiador citado por Levitt llamó al affaire Kennedy, “el factor más importante en evitar un renacimiento del KKK luego de la guerra en el Norte.” Información, la desaparición del secreto que hacía del KKK una organización misteriosa, fue también lo que hizo trizas las comisiones de las pólizas de seguros de vida a fines de los años 90 cuando algunos sitios de Internet comenzaron a realizar cotizaciones comparadas entre compañías. Apalancarse sobre información es también lo que hacen los vendedores de inmobiliarias cuyos incentivos son muy diferentes de los del vendedor y los de los compradores potenciales. Un estudio citado en FREAKONOMICS sostiene que un vendedor de una inmobiliaria suele tener su propia casa en venta por más tiempo y conseguir un precio más alto que cuando se trata de un cliente.
Hay mucho más en FREAKONOMICS. Además de historias insólitas hay también una excelente introducción a los principios esenciales de la economía aplicada entremezclada con esas historias. Levitt mantiene un sitio sobre el libro donde el lector puede descargar una guía para estudiar economía sobre la base FREAKONOMICS. Levitt y Dubner (el periodista que inició la idea del libro y tuvo una responsabilidad importante en la redacción) ofrecen entonces un texto muy bien escrito, con ideas importantes, en asuntos a veces importantes a veces insólitos pero reveladores. Y que muestra, además, que la economía puede ser divertida y apasionante para los no economistas. Se podrá disentir pero, seguramente, uno va a aprender y divertirse mucho con FREAKONOMICS.
jueves, febrero 08, 2007
Guerreros de escritorio
GLOBAL FINANCIAL WARRIORS: THE UNTOLD STORY OF INTERNATIONAL FINANCE IN THE POST-9/1 por John B. Taylor. 324 páginas. 2007.
John Taylor es un personaje conocido para los argentinos: fue Subsecretario de Asuntos Internacionales del Tesoro de los EE.UU. entre los años 2001 y 2005. Era el enviado de Bush en los tiempos en los que el ex Presidente de
Los GUERREROS FINANCIEROS GLOBALES es la historia de su paso por el Tesoro. Taylor escribe su participación en asuntos como el desmantelamiento del financiamiento del terrorismo, la reconstrucción financiera de Afganistán y de Irak, la reforma de los organismos multilaterales de crédito, la diplomacia cambiaria y el manejo de los riesgos de contagio financiero, donde entra por supuesto la crisis y recuperación argentina. La promesa del libro es fascinante: un recuento de primera mano de un participante de alto nivel que, además, es un economista académico reconocido.
Es fácil desilusionarse rápidamente. Taylor muestra una adoración acrítica del Presidente Bush tanto que lo cita varias veces en frases de campaña antes que en reflexiones profundas. Todo está dicho en la siguiente apreciación de Taylor acerca del Presidente Bush: “Nunca estuve en una reunión del Consejo Nacional de Seguridad que el Presidente Bush no condujera en forma inteligente, gerencial, comenzando y terminando a tiempo, promoviendo la discusión, haciendo sentir a la gente cómoda, utilizando el humor en forma apropiada, escuchando atentamente, haciendo preguntas penetrantes, llegando al corazón del asunto, tomando decisiones y dando las órdenes”. Tal vez Bush sea el líder que Taylor describe pero, por un lado, esto no coincide con las apreciaciones de otras fuentes y, por otro, es demasiado bueno para ser cierto y no hace al corazón de la historia que quiere contar. Esto refleja uno de los grandes defectos del libro: el fuerte tono de propaganda del gobierno de Bush.
Esta crítica pone acento en la parte argentina del libro por razones obvias pero esto no significa que el resto no sea interesante.
Dice Taylor que “la historia de la crisis argentina es tan complicada como una novela de Dostoievski”. Taylor vino a
Taylor asumió casi al mismo tiempo que el ex Presidente de
Luego, menciona el anuncio de Cavallo de “una alteración inusual en el sistema cambiario de Argentina” que fue justamente el factor de convergencia que iba a vincular el peso a una canasta que incluía al dólar y al euro. Y cuenta que “recibí una llamada preocupada de Stan Fischer, el Primer Subdirector Gerente del Fondo Monetario Internacional, y acordamos que la modificación no era una buena idea” ya que “reduciría la confianza en el compromiso del gobierno a la fijación del tipo de cambio” pero “ya era muy tarde, la decisión estaba tomada”. Taylor comete un error con las fechas ya que sitúa la modificación cambiaria en abril, cuando ocurrió realmente en junio. No es el único error en las fechas y números que corresponden a al caso argentino.
Luego, da cuenta de cómo Cavallo presentó en Washington el megacanje y, sobre el resultado del mismo, opina que: “los pagos a corto plazo bajaron pero, para compensar a los inversores, los pagos futuros subieron en una cantidad mayor, haciendo que el valor presente total de la deuda suba y esto no fue bueno para la confianza”. Ahora el error es financiero: a la tasa pactada, los bonos entregados y los retirados sumaban lo mismo en valor presente, obviamente no en valor nominal. Y sigue con el plan de déficit cero que, para Taylor, “hizo ver a muchos argentinos que su gobierno ya no podía obtener crédito de los mercados privados”.
Taylor recuerda como Cavallo se negó a considerar la devaluación o la reestructuración de la deuda en su encuentro con él. Y de su encuentro con el presidente del BCRA, Taylor realiza una afirmación sorprendente: “en la visión de Maccarone, la corrida bancaria fue disparada por el Presidente de
El enviado de los EE.UU. se encuentra con de
La conclusión para el funcionario del Tesoro fue que “deuda argentina era probablemente insostenible” (…) “pensé que la dolarización, lo que habían hecho Ecuador y El Salvador recientemente, mitigarían el impacto del default”.
En Agosto, Argentina pidió 8 mil millones de dólares más. Stanley Fischer estaba a favor de concederlos “suponiendo que pudieran obtenerse compromisos específicos de implementación del déficit cero”. “Colin Powell estaba preocupado que decirle que no al pedido de Argentina podría llevar a un pedido mayor después”. Otros, sostenían que para decir que no, había que tener un Plan B acordado con Argentina y el FMI. Así que, para Taylor, “la única cuestión era si podíamos atar algún tipo de reestructuración de la deuda o, al menos, un compromiso de Argentina de empezar a trabajar en un plan B”. Es por eso que se concedieron los 8 mil millones de dólares pero 5 se desembolsaron los 3 restantes se iban a desembolsar más tarde “en algún tipo de reestructuración de la deuda” y esto “tenía la ventaja de señalar enfáticamente que este era de hecho el último préstamo y que si Argentina no hacía los ajustes necesarios de política había que moverse al plan B”. La historia que sigue es conocida. Argentina comenzó con la primera reestructuración pero la crisis fue imparable.
Es interesante que no hubiera contagio del caso argentino y, según Taylor, esto fue debido a “nuestra estrategia de movernos gradualmente y tratando de señalar intenciones que, esperábamos, le permitieran a los mercados ajustarse a lo largo del tiempo para contener el contagio global”. Aun suponiendo que tenga razón, lo que Taylor no dice es que la contracara de la salida gradual de los inversores de Argentina fue financiada con reservas y con deuda dura del FMI que no fue reestructurada.; es decir, con ahorro de los argentinos. Es sorprendente la ingenuidad de Taylor en esta confesión. Además, permite sacar, una vez más, la conclusión de que en el futuro
Sigue la historia de la reestructuración de Kirchner-Lavagna. Taylor cuenta haber “enfatizado el principio de que el FMI no debía sobre-recetar a
El diagnóstico de Taylor de la recuperación es tan ingenuo y convencional como lo era su diagnóstico de la crisis: “con la oferta monetaria creciendo lo suficiente para financiar una recuperación fuerte, Argentina rebotó del pozo con una velocidad sorprendente”.
Hasta aquí, el comentario sobre la parte que se refiere a Argentina. Pero la mayor parte del libro está dedicada a otros asuntos. Por ejemplo, el diseño del aspecto financiero de la guerra internacional contra el terrorismo. La directiva consistía en congelar todos los activos posibles que pudieran ser fuentes de financiamiento para Al Qaeda y grupos relacionados. Taylor destaca el “espíritu de cooperación internacional” algo exagerado en comparación con períodos anteriores de la historia financiera internacional como el patrón oro o el acuerdo de Bretton Woods.
Y saluda el nacimiento de una clase de combatientes, los GUERREROS FINANCIEROS GLOBALES, entre los que se incluye. En muchas partes, recurre a un lenguaje casi heroico y militar, para describir las tareas que realizó. Hay mucha exageración en esto: aún realizando muchas misiones a zonas de guerra, el trabajo de los funcionarios del Tesoro no parece tener lugar en un escenario de combate.
Más en general, toda la mentalidad militar que permea el discurso de Taylor no parece consistente con la noción de que las negociaciones financieras internacionales son (o deberían ser) un juego de suma positiva. Más de una vez en el libro, Taylor explica que los EE.UU. estaban dispuestos a la acción unilateral si no encontraban cooperación, cosa que ocurrió también en otros aspectos además del financiero.
Taylor cuenta con detalle también su intento de reforma del FMI y, más en general, del sistema financiero internacional con la introducción de las cláusulas de acción colectiva, oponiéndose especialmente a la solución propuesta por el FMI y Anne Krueger, una corte internacional de quiebras. La idea era justamente que los nuevos bonos a emitirse incluyeran cláusulas que permitieran una reestructuración ordenada si fuera necesaria incluyendo un período de gracia para el deudor. Era un mecanismo “descentralizado que se apoyaría más en el sector privado que en el gobierno”. Muchos países finalmente incorporaron las cláusulas a sus bonos y Taylor habla de “progreso sorprendente”. También cuenta como se impusieron límites al FMI para prestar a los países.
La conclusión del ex subsecretario es que estos cambios al sistema financiero internacional fueron la causa probable de las mejores políticas de los países emergentes ya que generaron mejores incentivos y redujeron el riesgo moral. Esta afirmación es, por lo menos, una exageración: sostener que el buen comportamiento de las economías emergentes tiene algo que ver, siquiera algo, con las cláusulas de acción colectiva y los límites a los préstamos al FMI (irrelevantes en un mundo que le repaga al Fondo) es un insulto a la inteligencia del lector informado.
Y este es el problema esencial del libro: está plagado de elogios al propio autor y al gobierno del presidente Bush con ausencia plena de reflexiones críticas y con un tono absolutamente panglossiano. Para el lector interesado en la historia reciente, el recuento de Taylor es finalmente útil si se lo lee con cuidado. Pero tendrá que soportar el hecho de que Taylor le recuerde, casi todo el tiempo, que el sendero de política económica internacional que llevó adelante fue el mejor posible.
lunes, febrero 27, 2006
Cuentos desde Miami
CUENTOS CHINOS: El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina por Andrés Oppenheimer. Editorial Sudamericana.
Andrés Oppenheimer está en la categoría de periodistas con influencia internacional aunque su mundo de análisis sea América Latina. Es por eso que leerlo es, en general inevitable, aunque no siempre placentero como en este caso. Además, tiene en su haber libros importantes: CON LOS OJOS VENDADOS, es un excelente ensayo sobre la corrupción en América Latina.
En CUENTOS CHINOS discute la problemática de América Latina por comparación con las experiencias exitosas de Asia y Europa. Sus conclusiones no son diferentes a las ideas establecidas para promover el desarrollo: el rol del capital humano con una fuerte orientación hacia carreras técnicas no liberales, las condiciones adecuadas para atraer inversiones extranjeras, la importancia de la estabilidad de las políticas y de la calidad institucional, entre otras. A lo que agrega un factor relativamente nuevo cual es el proceso de formación de mercados comunes o uniones aduaneras combinados con la asistencia a los países más débiles durante la transición. A través de viajes por los distintos países, y algunas lecturas, Oppenheimer va recopilando diferentes experiencias sobre el éxito y el fracaso económico.
Así, el fracaso de América Latina surge por contraste a los éxitos en otras partes. La incertidumbre institucional, los delirios de grandeza, la retórica y la práctica populista en general y la denuncia del imperialismo en particular, todo contrasta, en los viajes de Oppenheimer, con la modernidad china, polaca o irlandesa. Esta situación podría prolongarse para siempre excepto por un factor desestabilizador: el problema de la delincuencia. Para Oppenheimer la pobreza ya no es un problema de los pobres ya que ahora se traduce en delincuencia que afecta la calidad de vida de las clases pudientes.
Argentina – “el país de los bandazos”, como lo define Oppenheimer, tiene su capítulo, lo que es decir su cuento chino: “Kirchner dice que en el mundo ahora a la Argentina se la mira con otros ojos” (titular del Diario Clarín del 7/5/2005). La versión de Oppenheimer es diferente y la culpa – sostiene – la tiene, entre otras cosas, el estilo del Presidente. Veamos algunas críticas que le hace. Oppenheimer toma nota de los diferentes plantones del Presidente que incluyen al presidente ruso Putin por culpa de “una sobremesa muy extendida en Praga” y a Carly Fiorina, le ex número 1 de HP. Además, Oppenheimer relata dos encuentros con el Presidente. En el primero, on the record, la impresión que le dejó Kirchner fue favorable: “parecía bastante más democrático y tolerante que la impresión que muchos teníamos de él”.
Sin embargo, en un off the record posterior, más relajado, Oppenheimer quedó “preocupado” ya que Kirchner “daba la impresión de estar mucho más cerca de la izquierda retrógrada según la cual la explicación para todos los fracasos nacionales era el imperialismo norteamericano y los organismos financieros internacionales”. En realidad, la visión de Oppenheimer de los políticos argentinos es, en general, crítica como si la politiquería, el clientelismo político o simplemente la utilización de los fondos públicos para, por ejemplo, una campaña fueran un fenómeno exclusivamente argentino. No se trata de que la visión sea equivocada o no sino de que, para entender porqué algunos países crecen y otros no, hay que buscar las diferencias. Pero los límites de la clase política parecen ser, en cambio, un punto común: ¿quién puede ufanarse de tener clases políticas sistemáticamente ilustradas e iluminadas? Oppenheimer también señala que la versión que suele aparecer en los medios locales sobre los éxitos de política exterior del Presidente Kirchner no son tales y señala el caso de la Cumbre de Presidentes que tuvo lugar en Monterrey. En los medios locales se dijo que fue un “éxito rotundo” pero, cuenta Oppenheimer, cuando “Kirchner leyó un discurso en el que prácticamente culpaba a los Estados Unidos por los males de la región (...) el ambiente positivo se disipó en cuestión de segundos (...) a tal punto que Bush se había quitado los audífonos de traducción simultánea en la mitad del discurso”.
Sin duda que uno de los puntos altos de Oppenheimer es su versión de la política exterior norteamericana en general y la falta de importancia de América Latina en particular. “La próxima guerra no empezará en Tegucigalpa” fue la respuesta de un halcón del gobierno de Bush frente al reclamo de Oppenheimer. Y en lo racional Oppenheimer tiene razón: “Desde el punto de vista del comercio, la inmigración, el narcotráfico, la ecología y, cada vez más, el petróleo, no había región en el mundo que tuviera un mayor impacto en la vida cotidiana de los Estados Unidos que América Latina”. Y sigue: “En los últimos años, Canadá y México han sido los dos principales socios comerciales (…), Washington le vende más a México que a Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia, juntos, y más a los países del Cono Sur que a China”. Tres de los cuatro principales proveedores de energía están en el continente y dos son latinoamericanos, México y Venezuela. Y los problemas de inmigración y drogas también son de origen latino, en buena medida. Hay razones de fondo y coyunturales.
El pensamiento estratégico sugiere que el eje del mundo va hacia China e India, y eso indican los informes de planeamiento públicos y privados. Pero llegó el 11 de septiembre y cambió la agenda del Presidente Bush drásticamente: “todo el impulso latinoamericanista se desmoronó en cuestión de segundos” ya que “de allí en más, Bush no sólo se concentró de lleno en Medio Oriente, sino que su desastrosa decisión de lanzarse a la guerra de Irak (…) lo convertiría en el mandatario más antipático del mundo a los ojos de la gran mayoría de los latinoamericanos”.
En el método de investigación de Oppenheimer las entrevistas tienen un peso importante, y esto no es una excepción en CUENTOS CHINOS. Esto plantea un problema cuando se trata de entender porque algunos países crecen y otros no: las entrevistas pueden ser una buena fuente para el ejercicio periodístico de coyuntura pero es menos eficaz para lidiar con cuestiones que demandan un enfoque más analítico.
Oppenheimer también cita fuentes escritas pero muchas de ellas también son de tipo periodístico y pecan de falta de rigurosidad. Un ejemplo es el análisis que Oppenheimer hace del milagro irlandés. Entre otras razones para explicarlo, cita a “la ayuda económica de la UE que hizo que la transición fuera más soportable”. “Durante muchos años – escribe Oppenheimer – la UE había aportado generosos “fondos de cohesión” y “fondos estructurales” a Irlanda, al igual que había hecho con España, Portugal y Grecia”. Y sigue: “tan sólo entre 1989 y 1993, la UE le había dado a Irlanda 3.400 millones de dólares para la construcción de puentes, caminos y líneas telefónicas, entre otras obras de infraestructura, y para subsidiar a los sectores más amenazados del sector agrícola”. Más aun, “entre 1994 y 1999, recibió un segundo paquete de fondos estructurales y de cohesión de la UE por valor de unos 11 mil millones de dólares”. Luego, citando a The Economist, afirma que “los estudios más serios sobre la incidencia de los fondos de cohesión y los fondos estructurales sobre la economía irlandesa concluían que habían contribuido un promedio de 0.5% al crecimiento económico del país en la década de los noventa. No era una ayuda despreciable, pero –en un país que crecía a un promedio de casi el 7 por ciento anual – estaba lejos de ser el factor principal de éxito económico”. Ni Oppenheimer, ni el artículo original de The Economist citan esos estudios “serios”. Más aun, The Economist menciona que “las transferencias nunca excedieron 5% del PBI”. A ver, 5% del PBI es mucho más que un poco. Estamos hablamos de varios miles de millones de dólares en una economía de 3.5 millones de habitantes. Para decirlo mal y pronto, recibieron más subsidios per capita que lo que cada argentino debe por deuda externa. Seguramente esto no explica el milagro irlandés pero sin duda que es un factor importante.
En general, Oppenheimer adhiere a una tesis muy difundida entre los intelectuales y periodistas conservadores de América Latina: el subdesarrollo es un problema cultural y su solución requiere un cambio de mentalidad. A lo que agrega algún elemento nuevo como consecuencia de sus viajes a economías chicas y exitosas como Irlanda o Polonia: el impulso del mercado común que impone condiciones y restricciones pero, a la vez, provee ayuda financiera para la transición.
Por supuesto que se puede adherir a visiones no económicas del desarrollo pero aun así resulta difícil pensar que las diferentes políticas macroeconómicas son irrelevantes para explicar el fenómeno del desarrollo. La estructura económica importa y mucho. Hay quienes sostienen que China es exitosa porque al mover trabajo de la agricultura de subsistencia a trabajos mejores pagos en las ciudades mejora la calidad de vida de sus trabajadores aun cuando los niveles actuales sean bajos. Rusia, en cambio, ya tenía una población eminentemente urbana y entonces la introducción de instituciones de mercado sólo la llevó a una crisis de la cual sólo el alza del precio del petróleo la sacó. O la política cambiaria que explica también una parte de la fantástica competitividad china.
La falta de análisis económico y la adhesión a una visión, por llamarla de alguna manera, “institucionalista” del desarrollo pone a Oppenheimer cerca de las nuevas modas intelectuales en Washington (get the institutions right). El problema del desarrollo es, sin embargo, mucho más complejo que crear las condiciones para atraer capitales externos. El libro es interesante y se disfruta pero no cumple la promesa de “descubrir cual será el mejor camino a seguir para América Latina en las próximas dos décadas”.
sábado, enero 07, 2006
Lavagna: la biografía
Quiso la suerte que, como advierte Liascovich en el prólogo, el “libro estaba marchando a imprenta el lunes 28 de noviembre de 2005, el mismo día en que Roberta Lavagna dejaba de ser ministro de Economía del presidente Kirchner”. Es por eso que las dos páginas del prólogo adquieren un valor extra ya que allí es donde Liascovich, con el objetivo de “conjurar esa sorpresa”, especula sobre el futuro de Lavagna antes de indagar sobre su pasado. Con acierto retórico, Liascovich nos dice que “Lavagna no tiene destino de pantuflas”. Más importante, su análisis lo lleva a descartar un Lavagna que construya “un polo de poder y de intereses mortalmente enemigo del que encarna el presidente patagónico”. Es decir que el biógrafo descarta una alianza que pueda colocar a Lavagna al lado de Macri, López Murphy o Scioli (especulaciones recientes de algunos analistas políticos) porque “no encarna una posición económica de corte liberal antagónica a la de Kirchner, al estilo de los economistas ortodoxos. Hay entre ambos diferencias de velocidad y de herramientas pero no existen dos países económica y socialmente demasiado distintos en sus cabezas” (aunque su biografía muestra a un Lavagna algo más preocupado por la calidad institucional que su ex jefe).
Liascovich recorre con detalle y buena información la vida de Lavagna. Seguramente el lector se va a sorprender al saber que el ex ministro fue desaprobado en Análisis Matemático, I y II, más de una vez. A la vez, consiguió un sobresaliente en Matemática para Economistas. Liascovich no especula sobre esto pero ¿acaso esto estaba preanunciando a un economista más orientado a la práctica, con cierta impaciencia por la abstracción y la academia pura?
Cuenta el libro que Guillermo Nielsen define a Lavagna como “el más político de los economistas”. El hecho de haber sido ministro de economía durante casi 4 años a la salida de la crisis más grande que sufrió la Argentina contemporánea no es la razón. Cavallo, a quien cuesta definir como “político”, piloteó una crisis y duró más años en el cargo. De hecho, las crisis generan vacíos de poder que no necesariamente requieren de muñeca política sino simplemente de coraje y oportunidad. El Lavagna político, según se entiende de su biografía, se ve en la forma en la que incorpora lo social en su análisis: “dije – dice Lavagna – que también había que evitar las políticas falsamente modernizantes que, con la excusa de la eficiencia y la modernización destruyen el tejido social”. Aunque el biógrafo no analiza la política cambiaria y sus repercusiones económicas y sociales, es difícil entender los años recientes sin incluir el problema social. El tipo de cambio alto promueve la creación de empleo en el sector industrial pero, a la vez, conlleva salarios bajos medidos en poder adquisitivo de alimentos (que, al ser bienes transables, está dolarizado). Tanto así que es la novedad política es que un gobierno peronista implemente una política de alimentos caros. Un tipo de cambio real más bajo sube los salarios en términos de alimentos pero disminuye el derrame de la recuperación económica al promover una organización de la producción más capital-intensiva. Entonces, la política económica busco maximizar la creación de puestos de trabajo aunque estos fueran, en buena medida, de baja calidad y baja productividad. Mejor que discutir el problema de la pobreza es discutir el problema de los salarios bajos dijo el Ministro Tomada.
¿Cuáles son las influencias intelectuales de Lavagna? Por supuesto que la escuela estructuralista latinoamericana conjugada con cierta orientación desarrollista o industrialista. Además, Liascovich nos cuenta de su admiración por John Kenneth Galbraith lo que confirma su preocupación por la cuestión social (el propio Lavagna cita usa términos galbraithianos como “tecnoestructura”). Galbraith es uno de los mejores escritores, con una prosa de gran estilo, llena de ironía; se trata de un economista heterodoxo que se precia de combatir a la sabiduría convencional. No es extraño entonces que Galbraith sea un modelo para Lavagna, a lo que se agrega otras características suyas como es el hecho de haber sido embajador de los EE.UU. en la India nombrado por JFK (Lavagna pasó por la diplomacia) o haber sido el escritor de los discursos de Adlai Stevenson (Lavagna escribe sus propios discursos). Uno puede conjeturar, aunque no lo hace el biógrafo, que la preferencia por Galbraith no sólo es ideológica sino, también, por su actitud iconoclasta e incluso hasta estética en la personalidad educada de Lavagna. En términos de personalidades políticas, los líderes a la De Gaulle acaparan la admiración del ex ministro.
Lavagna tiene una interesante concepción del estado como “árbitro” entre sectores “en función de objetivos e intereses superiores” pero, más allá de un progresismo educado y reformista, dista de tener posiciones extremas. Liascovich cuenta cuando Mario Cafiero “lo cuestiona por izquierda” porque no “consideró el origen del endeudamiento”. El propio Cafiero cita a Lavagna: “a mi me dieron para negociar un stock de deuda, yo no tengo por qué averiguar acerca de la legalidad o no de esa deuda”. Y según una fuente del biógrafo (que no se cita), el propio Lavagna habría dicho: “Yo soy mucho menos progresista de lo que me adjudican”. Tal vez Lavagna carga, como el Presidente Kirchner, con una imagen más radical que su realidad.
Liascovich se ocupa de “la plata de Lavagna” sin encontrar ninguna evidencia sólida (más allá de rumores vagos que no se priva de citar aunque el mismo duda de la fuente). No cita algunas investigaciones recientes, como la de Maximiliano Montenegro, que si cuestiona la posibilidad de que Lavagna viva con el dinero que declara (aunque su estilo de vida no es fastuoso, el mantenimiento de su patrimonio, sugiere Montenegro, ya de por si se lleva una parte de su ingreso declarado). No hay argumentos concluyentes, ni siquiera sugestivos, en la evidencia disponible y, aunque la carga de la prueba se invierte en el caso de los funcionarios, Lavagna sale airoso. Llama la atención, en cambio, como su consultora, Ecolatina, consigue clientes por la proximidad con el poder del propio Lavagna. Si bien su socio en la consultora, Alberto Paz, niega el tráfico de influencias, si reconoce que hay empresas que “además del asesoramiento quieren algo más” (según la consulta que le hace Liascovich): “No, no lo han dicho de frente pero me doy cuenta en seguida. ¡Tardo dos segundos y medio! Está en la habilidad de los que me secundan parar ese tipo de cosas, sin perder al cliente. Y si lo perdemos, lo perdemos” responde Paz. Pero, en la consultora trabaja Marco, uno de los hijos del ex ministro. ¿Se respetará la confidencialidad necesaria, las “murallas chinas” que, por ejemplo, rara vez se respetan en el mercado financiero?
La biografía de Liascovich es interesante y nos acerca a Lavagna, una personalidad llamada a tener otros roles importantes en la política que viene. Por eso es valiosa. A los gustos personales de esta revisión le falta audacia por parte del biógrafo que no jerarquiza y valoriza las historias y las decisiones del ex ministro. Una clara evaluación de Lavagna como ministro, por ejemplo, enfatizaría el enorme logro que fue resistir la conversión forzosa de depósitos congelados en bonos (la historia está contada, por supuesto) o, también, haberse opuesto a la compensación de los amparos a los bancos. Es más difícil hacer una evaluación de los errores, y tal vez injusto, por que la magnitud de la crisis pero algunas cuestiones hubieran merecido más análisis. Algunos ejemplos: ¿Hizo Remes Lenicov el trabajo sucio de la devaluación dejando a Lavagna un camino más despejado? ¿Hizo Lavagna un esfuerzo suficiente por aumentar las tarifas y aventar los riesgos de problemas de infraestructura que en enfrenta la economía?
Otra cuestión que Liascovich no discute es si Lavagna era indispensable u otro economista capaz hubiera tenido éxito también (aunque parece aceptar que Lavagna fue “un hombre providencial, en palabras de Duhalde). Cuenta Lavagna que, a la búsqueda de un reemplazante para Remes, Duhalde también había convocado a Guillermo Calvo: “él llegó una hora después que yo, creo que si llega una hora antes se lo dan a él”. Calvo “¡venía con las recetas del Fondo! (…) el FMI vino a proponer que hiciéramos, y lo digo textual, una hiperinflación controlada”. Pero Duhalde no sabía lo que iba a hacer Lavagna: “¡El caos era caos! Y no hubo discusión sobre lo que me proponía hacer: “¿Usted Lavagna, qué va a hacer? ¿La banca off-shore, va a nacionalizar todo?” No, nada de eso se habó”, cuenta Lavagna a su biógrafo.
La cuestión es más profunda: ¿depende la historia de “algunas superficialidades” como “el largo de la nariz de Cleopatra”? (los encomillados pertenecen al propio Lavagna). O, como creen otros, las oportunidades hacen a los hombres que actúan, en buena medida, llevados por las circunstancias (la idea del Napoleón sustituto: si Napoleón no hubiera existido otro hubiera tomado su lugar). La respuesta más profunda no fue saldada por historiadores y filósofos. Pero es interesante que el propio Calvo aportó un granito de arena a la discusión con su trabajo MILAGROS DEL AVE FENIX (que se comentara en EL ECONOMISTA del 9 de diciembre de 2005) donde se muestra que las economías que se recuperan de fuertes crisis (como Turquía, el SE asiático, Rusia, América Latina en los 80, etc.) en todos los casos lo hacen en forma “milagrosa” en menos de tres años, virtualmente sin crédito y con una recuperación débil de la inversión. Seguramente la recuperación liderada por Lavagna es mejor que otras (Brasil, por caso, es un contraste interesante de políticas, y una referencia importante sobre lo que no hay que hacer – atrasar el tipo de cambio – para el propio Lavagna) pero, más allá de las percepciones dramáticas de la época, la sociedad y la economía no hubieran implosionado (¡aunque es fácil decirlo con el beneficio de la perspectiva y la crítica bibliográfica, claro!).
Con exceso, Liascovich deja hablar a sus personajes, a fuentes bien conocidas de la crisis o a trabajos académicos, a veces citándolos varias páginas seguidas. Puede entenderse como un ejercicio de biografía más neutral y avalorativa pero sin duda que la lectura se hace algo pesada por las largas transcripciones de fuentes y reportajes. Aun así, la oportunidad, la cercanía e interés de la historia más que compensan estas objeciones y hacen de LAVAGNA: LA BIOGRAFIA un testimonio valioso de la historia reciente.
sábado, mayo 14, 2005
Y el dinero seguía entrando (y saliendo)
And the Money Kept Rolling In (and Out): Wall Street, the IMF, and the Bankrupting of Argentina. PublicAffairs, 2005, 320 páginas.
Si el Presidente Kirchner no leyó el último libro de Paul Blustein entonces debería hacerlo. El periodista de “The Washington Post” muestra con buenas razones y una prosa fluida los roles y las responsabilidades del FMI y de la comunidad financiera internacional en la crisis argentina. Argentina es, para Blustein, “principal fracaso de la globalización”. En palabras del propio Blustein: “cuanta más gente entrevistaba y más documentos llegaban a mi poder, más me horrorizaba el rol que la comunidad internacional había jugado en inflar a la economía argentina hasta un punto peligroso para luego dejar caer al país de tan mala forma cuando la burbuja explotó”.
En la quiebra de Argentina – dice Blustein – hay dos grupos de actores extranjeros “en el centro del drama: los financistas privados y los policymakers internacionales al más alto nivel”. Blustein “pone rostros humanos en estos jugadores, desmitifica sus operaciones y da cuenta de sus acciones en momentos críticos” y de esa manera llega a “la historia incómoda del rol de la comunidad internacional en la debacle”. Más allá de todas sus propias fallas, apunta Blustein, “la Argentina fue una víctima de las equivocaciones, la inacción e inclusive el comportamiento impropio de los intereses financieros extranjeros, de los burócratas y de las figuras políticas”.
En relación al FMI, Blustein se ocupa fundamentalmente de los (incompetentes) mecanismos decisorios en una burocracia internacional y como estos tienden a suprimir la expresión de la disidencia y la diferencia de opiniones. También, acerca de la falta de incentivos del FMI para demandar un cambio de política económica sino hasta que fue muy tarde. En lo que hace a la comunidad financiera internacional, Blustein expone los conflictos de intereses que surgen por todos lados: quien cobra enormes comisiones por asistir en la emisión de los bonos es a su vez quien analiza el atractivo financiero de esos bonos.
El autor señala que entre las cosas que funcionan mal en el mundo de hoy hay un factor esencial, pero ignorado: la movilidad del capital financiero: “una cosa es abrir un país a los bienes extranjeros y a la inversión en fábricas de las multinacionales. Otra cosa muy diferente es abrirse a los flujos gigantescos de las finanzas internacionales”. En la crítica a la apertura de la cuenta capital, Blustein no aporta argumentos más ricos que los que ya avanzaron economistas como Stiglitz, Bhagwati o Krugman entre otros. De hecho, su objeción es, desde el punto de vista teórico, no demasiado sofisticada: “en la práctica, la plata de afuera atontó a los policymakers argentinos llevándolos a minimizar los peligros de sus políticas”. Cita a McDonough, ex presidente de la Fed de Nueva York: “es como un sobrino que se vuelve dependiente de un tío rico que muere repentinamente y le deja el dinero a alguien más o decide que no ama más a su sobrino y le corto los víveres. Uno puede preguntarse: ¿Quién es responsable? ¿El tío o el chico?” Y cita a dos ex funcionarios argentinos. Primero, el ex subsecretario de financiamiento Miguel Kiguel: “una vez que sabés que los mercados están ahí y hay financiamiento, uno se comporta como si el financiamiento fuera a estar ahí para siempre”. Después, el ex subsecretario de programación regional Rogelio Frigerio: “si uno recibe el dinero tan fácilmente como lo recibimos nosotros es muy difícil decirle a los políticos “no gasten más, sean prudentes” porque el dinero estaba ahí y ellos lo sabía”. En las historias de Blustein subyacen dos puntos importantes. Primero, los funcionarios que no tienen incentivos políticos a negarse al financiamiento y, segundo, el empuje del marketing interesado de Wall Street en convencer a funcionarios e inversores que las cosas van en la dirección correcta es poderoso.
Las firmas de Wall Street, dice Blustein, “cuyos analistas tendían a producir los reportes más influyentes y optimistas para los inversores sobre las perspectivas de Argentina eran generalmente los que cobraban las comisiones por llevar los bonos del gobierno argentino al mercado”. Blustein estima que entre 1991 y 2001, los grandes bancos de inversión se beneficiaron de un negocio de más de mil millones de dólares en comisiones.
Casi comparando el caso argentino con lo ocurrido en el caso de Enron, Blustein cuenta que el estratega de mercados emergentes de Salomon, Desmond Lachman, predijo que la economía del país iba a chocar contra la pared mucho antes del colapso y de sus competidores. Sin embargo, “la visión de Lachman sobre la Argentina no se explicitaba en los reportes publicados por Salomon. El brindaba sus opiniones pesimistas a los clientes en conversaciones privadas”. Y este es uno de los problemas más serios de Wall Street, según Blustein: “la renuencia de las grandes firmas como Salomon a ofender a los emisores de bonos y acciones por miedo a perder negocios”. Citando a un ex funcionario argentino, Blustein sostiene que del Ministerio de Economía se le dijo a Salomon que “se aseguraran de tener diversos puntos de vista”. Blustein cita a Federico Thomsen, ex economista de ING en Argentina, “hay un montón de auto-censura (…) si hay cosas buenas para decir, se dicen, pero si hay cosas malas, uno mantiene la boca cerrada (…) si el Ministerio de Economía se enoja con uno eso significa muchos negocios perdidos (…) uno quiere estar en esa posición especialmente en tiempos de bonus”.
Para algún consuelo de los involucrados, las cosas no son tan graves como en otros activos financieros según Blustein: “es justo decir que los conflictos de intereses en el mundo de los mercados emergentes – al menos aquellos que pude detectar sin los beneficios del poder de citar testigos del gobierno – son mucho menos dañinas que las prácticas que salieron a la luz en relación a las actividades de ventas de acciones tecnológicas”. Los muchachos fueron menos malos que en el Norte.
No sólo los bancos de inversión se equivocaron mucho. Luego de anunciar que el Presidente Menem iba a asistir a la sesión plenaria de la reunión anual del FMI y el Banco Mundial en 1998, un honor reservado a muy pocos, y frente a una pregunta si Argentina era un ejemplo, el número uno del FMI Michel Camdessus afirmó: “en muchos aspectos, la experiencia argentina en los años recientes fue ejemplar, incluyendo la adopción de una estrategia apropiada a comienzos de los años 90 (…) claramente Argentina tiene una historia para contarle al mundo: una historia acerca de la importancia de la disciplina fiscal, del cambio estructural y de una política monetaria rigurosamente seguida”.
En el FMI hubo disensos, tal vez tardíos. Blustein cita el caso del Tesoro británico cuando “tomó el camino inusual de enviar una carta privado al Tesoro norteamericano y a otros ministerios de economía del G7 con el argumento de que las chances de fracaso de un programa convencional del FMI eran muy altas”. Así, el 10 de Noviembre del año 2000 los británicos escribieron que “si el crecimiento no regresa existe un riesgo real de de que la interrupción de los pagos internacionales sea inevitable y la convertibilidad se vuelva insostenible”. Sólo 10 días después, un memorando secreto del FMI titulado “Plan Gamma” exploraba el camino de una quita en la deuda pública. Es cierto, se decía en el memorando, que esta quita podía disminuir la confianza en los contratos financiero y poner en peligro a los bancos pero esto no era necesariamente el resultado. El “escenario I” del memo, con consenso político y fondos frescos del FMI, “el gobierno reestructuraría la deuda, la corrida bancaria se podría controlar y la convertibilidad sobrevivir”. Y había, por supuesto, economistas influyentes extranjeros escépticos tales como Roubini o Calomiris (a quien Cavallo denigraría en más de una ocasión).
Blustein cuenta la historia íntima de momentos traumáticos, pero no por eso menos fascinantes: el blindaje, el megacanje y la explosión final. Como en las buenas películas, no vale la pena adelantarle al lector más que los detalles. Sobre el blindaje, la discusión entre el FMI y sus accionistas principales, el G7, ya se dijo más arriba, no fue consensuada pero si permaneció oculta por bastante tiempo. Sobre el megacanje, además de las relaciones cercanas entre Mulford y Cavallo, cita las estimaciones de Mussa – ex economista jefe del FMI – según las cuales la transacción ahorraría 12 mil millones de dólares de pagos de deuda entre el 2001 y el 2005 aunque agregando 66 mil millones de dólares de pagos de deuda entre el 2006 y el 2030 a un costo del 16% anual. Entre el blindaje y el megacanje la deuda total argentina aumentó unos 52 mil millones de dólares. Unos 8 mil millones de dólares del blindaje son deuda dura: hay que honrarla al 100%. Los 44 mil millones adicionales del megacanje fueron a la reestructuración y habrán terminado agregando más de 20 mil millones de deuda nueva.
De allí que la pregunta que ronda a la narración de Blustein es si Argentina debió haber entrado en cesación de pagos mucho antes y haberse ahorrado el aumento sustancial en sus pasivos que tuvo lugar en el año 2000 y en el 2001. Fueron dos años donde la deuda total explotó.
La narración de la antesala a la crisis está dominada por los intentos desesperados de Cavallo de reflotar a la economía. Intentos dominados por el voluntarismo y la creencia casi mágica en que su persona podía dar un vuelco abrupto a las expectativas que las llevara a ignorar las inconsistencias fundamentales. Así como Claudio Loser declaró en el libro “Enemigos” que llegó a dudar de la salud mental de Cavallo, Blustein cita a un ex subsecretario de presupuesto, Nicolás Gadano en forma parecida: “Cavallo nos decía “yo se que ustedes no me creen pero la economía va a crecer 10% este año”. El esperaba que sólo su cara en la televisión produjera resultados. A veces pensábamos que este tipo estaba fuera de sí”. Cavallo ejerció ciertamente una influencia mágica en economistas jóvenes como Gadano, Sturzenegger o Mondino pero una vez que el mercado descreía, no compraba más.
Blustein no es economista y eso se nota. Primero, su propia explicación de la crisis es demasiado fiscalista concentrada en políticos que gastaron de más cuando la convertibilidad exigía disciplina fiscal. El rol del tipo de cambio atrasado es menor en su análisis y no lo menciona como un factor crítico. En esa línea, tampoco cuestiona el modelo de análisis del FMI excepto en la ya mencionada crítica a la apertura de la cuenta capital. Pero las historias son dramáticas e interesantes, una combinación difícil de encontrar en finanzas, y casi por acumulación construye un caso contra el rol del FMI y de los mercados financieros señalando su enorme responsabilidad en la crisis. Aunque, reconoce, esto no disculpa ni un poco las culpas locales ya que fueron los políticos argentinos elegidos democráticamente los que llevaron adelante estas políticas. Si este no es el libro de cabecera del Presidente, lo será pronto.
La economía de lo insólito
La economía de lo insólito. por Sebastián Campanario. Editorial Planeta. 284 páginas.
Si se le preguntara a la gente su opinión sobre la economía, las respuestas no serían entusiastas. Es comprensible: la mayor parte del contacto cotidiano con los economistas pasa por la decodificación del ministro de economía de turno y la búsqueda (a veces desesperada) de cursos de acción frente a los problemas macroeconómicos usuales como inflación, desempleo, ahorro, etc. Muchas personas se sorprenderían al saber que la ciencia económica se ocupa de un aspecto de la conducta humana que rivaliza en importancia con cualquier otro. Y que un número creciente de economistas se encuentran empeñados en explicar cada vez más otros aspectos del comportamiento (incluyendo el sexual) desde la mirada del economista.
En La economía de lo insólito, el periodista Sebastián Campanario se ocupa justamente de las fronteras en movimiento constante de la ciencia económica. Casi más importante es que Campanario lo hace más desde el periodismo que desde la economía: es decir, busca divulgar, que lo entiendan. La buena divulgación de ideas complejas es un desafío enorme (un ejemplo soberbio es Carl Sagan y su divulgación de la astrofísica moderna en Cosmos) que Campanario sortea con éxito.
El libro empieza contando una de las grandes divisorias de aguas entre economistas: la postura frente al problema de la racionalidad de las empresas y las personas. La corriente principal en economía parte de un principio que hoy se denomina racionalidad ilimitada: la gente entiende el mundo que lo rodea y puede actuar en consecuencia tomando las decisiones correctas. La gente común tiene derecho a enojarse con tamaño supuesto a la luz de la cantidad de problemas económicos (y los problemas sociales derivados) que a veces hacen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.
Campanario contrasta esta visión con aquellas que propone la “economía del comportamiento”, una rama que a veces parece tener más de psicología que de economía. Estos economistas piensan que en muchas circunstancias los seres humanos pueden ser “muy neuróticos, egocéntricos y malos planificadores”. Es que las decisiones económicas no siempre son sencillas: es fácil comprarse un paquete de galletitas pero difícil comprarse un auto. Cuando las decisiones involucran una parte importante de nuestro ingreso o, más aun, de nuestra riqueza, la tranquilidad en el sueño nocturna puede quedar comprometida.
Esta rama de la economía surgió a partir del descubrimiento de una serie de anomalías en el comportamiento que no podían ser racionalizadas fácilmente por la economía neoclásica. Una anomalía es el “exceso de confianza en uno mismo” que puede dar lugar a que “la gente le de mayor importancia a aquellos datos que confirman lo que ya pensaban previamente e ignoren aquella nueva información que contradice sus creencias anteriores”. No vaya a creerse que estas anomalías sólo dan lugar a “errores triviales”; también pueden terminar en desastres macroeconómicos. Por ejemplo, el exceso de confianza puede dar lugar a la persistencia en el error financiero. Si sabremos los argentinos de burbujas financieras o de tipos de cambio sistemáticamente sobrevaluados.
Otra anomalía es la “ilusión de control” que hace que la gente pague más por un número de lotería que puede elegir frente a uno asignado al azar o, más importante, a rotar sus portafolios de inversión mucho más de lo aconsejable haciendo las delicias de sus brokers por las comisiones cobradas.
Los mercados financieros están plagados de anomalías: los lunes son malos días para la bolsa mientras los eneros son buenos; el clima influye en los traders que suelen estar más eufóricos en días soleados que en días lluviosos.; y la gente es víctima de pérdidas financieros por seguir a la “manada” más frecuentemente que lo que a los neoclásicos les gustaría admitir (o podrían explicar).
En su recorrida por lo insólito Campanario se ocupa de algunas tendencias que tienen menos que ver con la economía del comportamiento y más con la aplicación de técnicas econométricas a cuestiones no tradicionalmente económicas como la felicidad. Algunas regularidades son interesantes y llamativas como la relativa “consistencia de las estadísticas” a lo largo de diferentes países. Aquí la diferencia con la economía tradicional es que el dinero no hace la felicidad y el descubrimiento de que fuertes aumentos en el ingreso de un país no resultaron en aumentos en el nivel de felicidad. Aquí me gustaría acotar, ya que el trabajo de Campanario no es histórico, que hay pioneros, como Veblen, que ya hace un siglo plantearon que importa más el consumo en relación a terceros que en términos absolutos. Algunos van más lejos, cuenta Campanario, y se cruzan con los neurobiólogos y con los físicos para los cuales la felicidad puede medirse a partir del escaneo de la corteza prefrontal izquierda del cerebro.
Ya que hablamos de la física, la invasión a la economía está más extendida en el mercado financiero. Campanario cuenta como cada vez más Wall Street contrata a un doctorado en estadística, matemática o física para monitorear e intentar predecir el comportamiento de los mercados: la econofísica. Entre otras, la idea del caos fue una de las favoritas de estos econofísicos: ¿cómo encontrar orden – un patrón de comportamiento que permita predecir – en un sistema aparentemente desordenado? Otros econofísicos son escépticos acerca de la posibilidad de predecir: hay patrones pero eso no significa que puedan ser anticipados dice Campanario citando a Mandelbrot. Estos “patrones fractales crean pseudociclos que parecen predecibles para mucha gente”.
En su libro, Campanario no se ocupa sólo de lo insólito sino de la aplicación de la economía a problemas de la vida cotidiana: “¿cuánta lluvia hace falta para disuadir a la gente de salir a correr, o cuál es la probabilidad de que una inmobiliaria estafe a sus clientes, o cuanta discriminación hay en los programas de preguntas y respuestas de la TV, o qué puede aportar la economía para explicar comportamientos compulsivos, como la anorexia o a la adicción a trabajar?”. En suma, “las cosas simples de la vida”. Aquí, lo insólito es que los economistas tengan algo inteligente que decir. Así, hay economistas que a partir de modelos de “reglas personales” y “autorreputación” deducen que “uno tendrá rachas de ejercicio físico, por ejemplo seis meses, y que luego un par de veces en las que cancele el compromiso bastarán para gatillar una racha de vagancia”. Nuevamente una nota al pie: un economista brillante y poco leído como Thomas Schelling estudió a fondo los problemas de autocontrol y aplicó la teoría de juegos a cuestiones no-económicas (la más famosa es su aplicación a la guerra fría) hace ya varias décadas.
Otra aplicación inusual de la economía es a las actividades delictivas tanto en la determinación de la eficacia de las políticas de seguridad (por ejemplo, la ubicación óptima de policías), como en el origen del crimen. Y entre los hechos ilegales se estudia también el fenómeno de la corrupción donde el hallazgo es que en América Latina hay “demasiada corrupción para sus niveles de producto per cápita”. ¿Y el mercado del odio? También los economistas se ocupan del odio racial o religioso, un tema cada vez más en boga a la luz del aumento del terrorismo.
Campanario se ocupa también de los economistas y el sexo. ¿Por qué las mujeres fingen un orgasmo? El economista Mialon responde, a partir de un modelo de dos agentes que apropiadamente llamó “Adán” y “Eva” que “es más probable que finjan sus orgasmos quienes están realmente enamoradas de sus parejas” y “cuanto más educada está una persona, más probable es que finja sus orgasmos”.
La economía de lo insólito es un libro que se ocupa de ramas novedosas de la economía cuya relevancia para el diseño de políticas es un asunto en desarrollo pero de indudable valor analítico. En su búsqueda de lo insólito, Campanario encuentra contribuciones valiosas pero, también, se encuentra con economistas a la búsqueda (a veces desesperada) de un tema al cual aplicar un modelo. Si alguna crítica puede hacerse al libro es que no discrimina lo suficiente entre las contribuciones más duraderas de aquellas más oportunistas. Aunque, hay que reconocerle, es difícil saber a esta altura cual de estas ideas o aplicaciones llegaron para quedarse. Pero esto no hace al recorrido menos divertido o menos valedero. Por el contrario, el viaje por lo insólito lleva de la mano al lector por un camino de ideas nuevas u olvidadas, sugerentes y, sobre todo, que van a desafiar la manera usual en la que mira al mundo económico… y a los economistas. Todo un logro sin duda.
jueves, septiembre 09, 2004
Las razones del crimen
Understanding Why Crime Fell in the 1990s: Four Factors that Explain the Decline and Six that Do Not por Steven D. Levitt. Journal of Economic Perspectives. Invierno del 2004.
Steven Levitt es un economista inusual. Al menos, se ocupa de temas inusuales tales como el impacto disuasivo de la pena de muerte, la corrupción en las peleas de sumo, la estrategia para patear penales, la peligrosidad de los conductores ebrios, las finanzas de las pandillas que venden drogas, y así podríamos seguir la lista. Además, es inusual en otros sentidos porque escribe bien, enseña bien y es altamente respetado por sus pares.
Este artículo reciente sobre la disminución del crimen en los EE.UU. durante los años noventa – publicado en el Journal of Economic Perspectives que es una revista menos teórica y más aplicada – es un análisis excelente y que debería ser lectura obligatoria de muchos responsables de estas políticas, aun haciendo la salvedad de la diferencia de contextos socio-económicos.
Como se sabe, el crimen disminuyó sustancialmente en la década pasada. Y contra lo que sugieren los comunicadores televisivos no se trató de la mano dura en la ciudad de Nueva York sino que el crimen disminuyó en todas partes y en todas sus manifestaciones. Nueva York fue, es cierto, la gran ciudad donde la reducción del crimen fue mayor pero otras ciudades sin el alcalde Giuliani, como San Diego, Austin, San José o Seattle, experimentaron reducciones prácticamente iguales.
Los asesinatos bajaron un 43% entre su pico de 1991 y el año 2001 “alcanzando su nivel más bajo en 35 años” o 5.5 homicidios cada 100,000 residentes. Los delitos violentos y contra la propiedad disminuyeron 34% y 29% respectivamente en el mismo período.
Las explicaciones no faltan, dice Levitt. Un racconto sobre las explicaciones aparecidas en los medios de comunicación muestra, entre las dominantes, a las siguientes razones: 1) el cambio en las estrategias policíacas, 2) el aumento en el encarcelamiento, 3) cambios en los mercados de crack u otras drogas duras, 4) el envejecimiento de la población, 5) control de armas más duro, 6) la fortaleza de la economía y 7) el aumento del número de efectivos policiales son las razones más mencionadas en ese orden.
Levitt identifica seis causas usualmente citadas para explicar la reducción en el crimen pero que, “en la práctica, no parecen haber sido importantes.” Empecemos por una explicación realmente popular: la fortaleza de la economía norteamericana que creció casi el 30% entre 1991 y el año 2001. La estimación típica – sostiene Levitt- es que 1% de aumento en la tasa de desempleo da lugar a un aumento del 1% en los crímenes a la propiedad. El crimen violento, en cambio, “no varía sistemáticamente con la tasa de desempleo”. Más aun, el crimen en los EE.UU. aumentó mucho en los años sesenta cuando la economía creció de manera robusta.
También descarta otra explicación popular: el envejecimiento de los baby boomers. Como se sabe, las personas mayores cometen muchísimos menos crímenes que los jóvenes. Sin embargo, hay dos fuerzas que contrapesan, en términos de crimen, el efecto de la mayor edad. Primero, el aumento de la población de color negro que “por razones que son sólo parcialmente comprendidas tienen tasas más elevadas de victimización y delincuencia con relación a otros estadounidenses.” Segundo, porque “el eco del baby boom está llevando a un aumento transitorio en adolescentes y adultos jóvenes”, un grupo etario de alta participación en el crimen. Por lo tanto, el impacto de la demografía cambiante no es importante cuando se consideran los tres factores en conjunto.
Luego Levitt se ocupa de los muy publicitados cambios en la estrategia policial que puso en práctica el Alcalde Giuliani en Nueva York y otros, con menos prensa, que tuvieron lugar en otras comunidades. Levitt se muestra “escéptico” de que estos factores sean significativos y se ocupa entonces del caso Nueva York. Primero, sostiene, Giuliani se hizo cargo de la alcaldía en 1993 pero el crimen ya había empezado a disminuir de manera importante en 1990. Con la excepción de la tasa de homicidios, no hay ningún cambio en la tendencia descendente del crimen de 1993 en adelante. Además, el cambio en las estrategias policíacas tuvo lugar al mismo tiempo que aumentaba sustancialmente el número de efectivos: en la década bajo estudio, la policía de Nueva York creció 45% o tres veces más que el promedio nacional. Las propias estimaciones de Levitt sugieren que el aumento mayor en la cantidad de policías alcanza para explicar la disminución en el crimen. No sería entonces la mano dura sino la existencia de más manos, lo que explica la caída en los delitos.
Levitt también refuta que el endurecimiento de las regulaciones para la compra de un arma tenga algún impacto sobre todo por la existencia de un mercado negro para la compra y venta de armas. El fracaso de estas regulaciones – ironiza Levitt – no debería ser una sorpresa para los economistas.
¿Acaso el hecho de que se cuadruplicó el número de ejecuciones de criminales pueda haber influido en la disminución en el crimen? El debate lleva ya tres décadas, dice Levitt. Más importante, las ejecuciones tienen lugar ocasionalmente (478 en la década en estudio) y con demoras, ¿por qué un criminal racional habría de tenerlas en cuenta? Más aun, si los estudios que encuentran que la pena de muerte es efectiva y que sostienen que cada ejecución previene 6 asesinatos fueron correctos entonces esto no explicaría más que 1/25 de la disminución del crimen observada.
Entonces ¿cuáles son los factores que si explican la baja en el crimen? Primero, el aumento del número de efectivos policiales que de acuerdo a las estimaciones de Levitt explica entre una quinta y una décima parte del menor crimen. Segundo, el aumento de la población encarcelada que aumentó en casi un millón de personas en los años noventa y que da cuenta de un tercio de la reducción en el delito.
Luego, la pérdida de importancia de la epidemia de crack que comenzó hacia 1985. Hay pocos estudios disponibles pero un análisis del crimen en 1988 en la ciudad de Nueva York muestra que un 25% estaba relacionado al crack, aunque prácticamente todos a la distribución del crack antes que a un adicto delinquiendo.
El cuarto factor es quizás el más llamativo es el impacto de la decisión de la Suprema Corte de Justicia de los EE.UU. en 1973, Roe versus Wade, que invalidó todas las leyes estatales que restringían el acceso a un aborto durante el primer trimestre de embarazo. En la práctica, esta decisión legalizó el aborto en los EE.UU. Cada vez más la evidencia sugiere que esta decisión explica en buena medida la disminución del crimen. La teoría se “basa en dos premisas: 1) los hijos no deseados corren mayores riesgos con relación al crimen y 2) la legalización del aborto reduce el número de hijos no deseados.”
Con relación a la primera premisa, Levitt sostiene que hay “evidencia bien clara” para demostrar el impacto negativo de un ambiente hogareño adverso en la criminalidad. En cuanto a la segunda premisa, la evidencia sugiere que la legalización del aborto está asociada a una disminución en el 5% en los nacimientos que, a su turno, es del doble para madres adolescentes de color negro. Además, luego de la legalización del aborto disminuyeron “dramáticamente” el número de adopciones y de infanticidios. Las investigaciones de Levitt muestran que aquellos estados que permitieron el aborto tres años antes que Roe versus Wade experimentaron una disminución en el crimen antes que el resto de la nación.
Finalmente Levitt concluye su análisis especulando acerca del futuro: el aumento de los efectivos policiales y la legalización del aborto deberían seguir contribuyendo a menos crímenes pero la disminución será menos espectacular que en la década pasada. Obviamente el análisis parece ser aplicable sólo al caso de los EE.UU. pero es difícil no pensar que hay lecciones que, con cuidado, no puedan deducirse para el caso argentino. Sin embargo, la naturaleza delicada del asunto sugiere que tiene que ser el lector quien las aprenda.
Steven Levitt es un economista inusual. Al menos, se ocupa de temas inusuales tales como el impacto disuasivo de la pena de muerte, la corrupción en las peleas de sumo, la estrategia para patear penales, la peligrosidad de los conductores ebrios, las finanzas de las pandillas que venden drogas, y así podríamos seguir la lista. Además, es inusual en otros sentidos porque escribe bien, enseña bien y es altamente respetado por sus pares.
Este artículo reciente sobre la disminución del crimen en los EE.UU. durante los años noventa – publicado en el Journal of Economic Perspectives que es una revista menos teórica y más aplicada – es un análisis excelente y que debería ser lectura obligatoria de muchos responsables de estas políticas, aun haciendo la salvedad de la diferencia de contextos socio-económicos.
Como se sabe, el crimen disminuyó sustancialmente en la década pasada. Y contra lo que sugieren los comunicadores televisivos no se trató de la mano dura en la ciudad de Nueva York sino que el crimen disminuyó en todas partes y en todas sus manifestaciones. Nueva York fue, es cierto, la gran ciudad donde la reducción del crimen fue mayor pero otras ciudades sin el alcalde Giuliani, como San Diego, Austin, San José o Seattle, experimentaron reducciones prácticamente iguales.
Los asesinatos bajaron un 43% entre su pico de 1991 y el año 2001 “alcanzando su nivel más bajo en 35 años” o 5.5 homicidios cada 100,000 residentes. Los delitos violentos y contra la propiedad disminuyeron 34% y 29% respectivamente en el mismo período.
Las explicaciones no faltan, dice Levitt. Un racconto sobre las explicaciones aparecidas en los medios de comunicación muestra, entre las dominantes, a las siguientes razones: 1) el cambio en las estrategias policíacas, 2) el aumento en el encarcelamiento, 3) cambios en los mercados de crack u otras drogas duras, 4) el envejecimiento de la población, 5) control de armas más duro, 6) la fortaleza de la economía y 7) el aumento del número de efectivos policiales son las razones más mencionadas en ese orden.
Levitt identifica seis causas usualmente citadas para explicar la reducción en el crimen pero que, “en la práctica, no parecen haber sido importantes.” Empecemos por una explicación realmente popular: la fortaleza de la economía norteamericana que creció casi el 30% entre 1991 y el año 2001. La estimación típica – sostiene Levitt- es que 1% de aumento en la tasa de desempleo da lugar a un aumento del 1% en los crímenes a la propiedad. El crimen violento, en cambio, “no varía sistemáticamente con la tasa de desempleo”. Más aun, el crimen en los EE.UU. aumentó mucho en los años sesenta cuando la economía creció de manera robusta.
También descarta otra explicación popular: el envejecimiento de los baby boomers. Como se sabe, las personas mayores cometen muchísimos menos crímenes que los jóvenes. Sin embargo, hay dos fuerzas que contrapesan, en términos de crimen, el efecto de la mayor edad. Primero, el aumento de la población de color negro que “por razones que son sólo parcialmente comprendidas tienen tasas más elevadas de victimización y delincuencia con relación a otros estadounidenses.” Segundo, porque “el eco del baby boom está llevando a un aumento transitorio en adolescentes y adultos jóvenes”, un grupo etario de alta participación en el crimen. Por lo tanto, el impacto de la demografía cambiante no es importante cuando se consideran los tres factores en conjunto.
Luego Levitt se ocupa de los muy publicitados cambios en la estrategia policial que puso en práctica el Alcalde Giuliani en Nueva York y otros, con menos prensa, que tuvieron lugar en otras comunidades. Levitt se muestra “escéptico” de que estos factores sean significativos y se ocupa entonces del caso Nueva York. Primero, sostiene, Giuliani se hizo cargo de la alcaldía en 1993 pero el crimen ya había empezado a disminuir de manera importante en 1990. Con la excepción de la tasa de homicidios, no hay ningún cambio en la tendencia descendente del crimen de 1993 en adelante. Además, el cambio en las estrategias policíacas tuvo lugar al mismo tiempo que aumentaba sustancialmente el número de efectivos: en la década bajo estudio, la policía de Nueva York creció 45% o tres veces más que el promedio nacional. Las propias estimaciones de Levitt sugieren que el aumento mayor en la cantidad de policías alcanza para explicar la disminución en el crimen. No sería entonces la mano dura sino la existencia de más manos, lo que explica la caída en los delitos.
Levitt también refuta que el endurecimiento de las regulaciones para la compra de un arma tenga algún impacto sobre todo por la existencia de un mercado negro para la compra y venta de armas. El fracaso de estas regulaciones – ironiza Levitt – no debería ser una sorpresa para los economistas.
¿Acaso el hecho de que se cuadruplicó el número de ejecuciones de criminales pueda haber influido en la disminución en el crimen? El debate lleva ya tres décadas, dice Levitt. Más importante, las ejecuciones tienen lugar ocasionalmente (478 en la década en estudio) y con demoras, ¿por qué un criminal racional habría de tenerlas en cuenta? Más aun, si los estudios que encuentran que la pena de muerte es efectiva y que sostienen que cada ejecución previene 6 asesinatos fueron correctos entonces esto no explicaría más que 1/25 de la disminución del crimen observada.
Entonces ¿cuáles son los factores que si explican la baja en el crimen? Primero, el aumento del número de efectivos policiales que de acuerdo a las estimaciones de Levitt explica entre una quinta y una décima parte del menor crimen. Segundo, el aumento de la población encarcelada que aumentó en casi un millón de personas en los años noventa y que da cuenta de un tercio de la reducción en el delito.
Luego, la pérdida de importancia de la epidemia de crack que comenzó hacia 1985. Hay pocos estudios disponibles pero un análisis del crimen en 1988 en la ciudad de Nueva York muestra que un 25% estaba relacionado al crack, aunque prácticamente todos a la distribución del crack antes que a un adicto delinquiendo.
El cuarto factor es quizás el más llamativo es el impacto de la decisión de la Suprema Corte de Justicia de los EE.UU. en 1973, Roe versus Wade, que invalidó todas las leyes estatales que restringían el acceso a un aborto durante el primer trimestre de embarazo. En la práctica, esta decisión legalizó el aborto en los EE.UU. Cada vez más la evidencia sugiere que esta decisión explica en buena medida la disminución del crimen. La teoría se “basa en dos premisas: 1) los hijos no deseados corren mayores riesgos con relación al crimen y 2) la legalización del aborto reduce el número de hijos no deseados.”
Con relación a la primera premisa, Levitt sostiene que hay “evidencia bien clara” para demostrar el impacto negativo de un ambiente hogareño adverso en la criminalidad. En cuanto a la segunda premisa, la evidencia sugiere que la legalización del aborto está asociada a una disminución en el 5% en los nacimientos que, a su turno, es del doble para madres adolescentes de color negro. Además, luego de la legalización del aborto disminuyeron “dramáticamente” el número de adopciones y de infanticidios. Las investigaciones de Levitt muestran que aquellos estados que permitieron el aborto tres años antes que Roe versus Wade experimentaron una disminución en el crimen antes que el resto de la nación.
Finalmente Levitt concluye su análisis especulando acerca del futuro: el aumento de los efectivos policiales y la legalización del aborto deberían seguir contribuyendo a menos crímenes pero la disminución será menos espectacular que en la década pasada. Obviamente el análisis parece ser aplicable sólo al caso de los EE.UU. pero es difícil no pensar que hay lecciones que, con cuidado, no puedan deducirse para el caso argentino. Sin embargo, la naturaleza delicada del asunto sugiere que tiene que ser el lector quien las aprenda.
jueves, agosto 19, 2004
Metas de inflación
“Metas de inflación: implicancias para el desarrollo” por Martín Abeles y Mariano Borzel. CEFID-AR. Mimeo.
La mecha del debate sobre la política monetaria está encendida y ahora se suma a la fogata el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina, el think tank que armaron los bancos públicos (Nación, Provincia y Ciudad) y el Banco Credicoop para dar batalla en la pelea intelectual. Los adversarios intelectuales del CEFID-AR son conocidos: el CIF (Universidad Di Tella, liderado por Eduardo Levy Yeyati), el CEF (apadrinado intelectualmente por Miguel Kiguel) y el CEMA (dirigido por Carlos Rodríguez). Y hay que darle la bienvenida al CEFID-AR en tanto es una visión alternativa en contraste con una década de cierta hegemonía del pensamiento ortodoxo.
Abeles y Borzel se ocupan de realizar una crítica muy dura de la política de metas de inflación. En principio, apuntan, la política de metas de inflación es el ropaje moderno de las tradicionales políticas monetarias ortodoxas para las cuales “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario” (Milton Friedman dixit) y que se postulan incapaces de influir en el nivel de empleo en el largo plazo (y en sus versiones más duras, inclusive en el corto plazo). Así, una vez que la economía está cerca de su tasa de desempleo que no genera una aceleración inflacionaria (o NAIRU como se la conoce por sus siglas en inglés) poco podría hacer – y nada debería intentar - un Banco Central para ayudar a generar puestos de trabajo.
Este debate es de suma importancia para la economía argentina donde puede ocurrir que la recuperación salaria y de empleo termine produciendo algún recalentamiento de la economía y presionando sobre los precios. Y si bien todavía hay suficiente capacidad ociosa y parece que el exceso de oferta de trabajo domina la dinámica económica, discutir el rol que el banco central debe tener en sostener la recuperación sin inflación (o con inflación moderada) es imprescindible.
En ese sentido, el trabajo de Abeles y Borzel es poco convencional porque no simplemente se limita a la discusión macroeconómica de corto y mediano plazo sino que desde su título se plantea cuales son las “implicancias para el desarrollo” de las metas de inflación. Allí, los autores cuestionan las metas de inflación por sus implicancias sociales: cuando la creación de empleo o la recuperación del salario se subordinan al control de la inflación, implícitamente se ve al desempleo “como regulador de los conflictos de clase”. Y buscan apoyo intelectual en economistas como Kalecki o Marx para apuntalar esa visión.
Más allá de las debidas felicitaciones a la aparición de este primer documento del CEFID-AR, tiene algunas debilidades que hay que señalar. Primero, Abeles y Borzel pelean contra un enemigo inexistente: las políticas concretas de los muchos países que dicen aplicar el inflation targeting no se parecen a la visión extrema con la cual discuten en el ensayo. Ni siquiera en el caso de aquellos veinte países que siguen – según los autores – un régimen puro. Tampoco existen en el caso argentino. El propio Alfonso Prat Gay definió su política monetaria como “discrecionalidad acotada” y la describió de la siguiente manera:
Hay un asunto aun más serio. Los autores tienen derecho a discutir con quien quieran en la academia. Ocurre que en el camino subestiman la problemática inflacionaria, y esto es particularmente grave para el caso argentino, cuando argumentan que “la evidencia empírica indica que tasas inflación moderadas no necesariamente ejercen una influencia negativa”. Y citan un estudio de Bruno y Easterly donde se concluye que “tasas de inflación inferiores al 20% anual no ejercen una influencia negativa sobre la economía real”. Y agregan, citando a Dornbusch y Fisher que “existe un rango de inflación moderada, entre 15% y 30% anual, que puede ser sustentable durante períodos prolongados de tiempo sin ocasionar perjuicios económicos.”
A ver si se entiende. Esto es como si al estudiar una población de hombres y mujeres normales se concluyera que comer con sal en forma “moderada” no es dañino y luego se extendiera esta conclusión para un paciente con hipertensión que se recupera de un by-pass múltiple. Para apoyar su caso, Abeles y Borzel también citan a Keynes:
La mecha del debate sobre la política monetaria está encendida y ahora se suma a la fogata el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina, el think tank que armaron los bancos públicos (Nación, Provincia y Ciudad) y el Banco Credicoop para dar batalla en la pelea intelectual. Los adversarios intelectuales del CEFID-AR son conocidos: el CIF (Universidad Di Tella, liderado por Eduardo Levy Yeyati), el CEF (apadrinado intelectualmente por Miguel Kiguel) y el CEMA (dirigido por Carlos Rodríguez). Y hay que darle la bienvenida al CEFID-AR en tanto es una visión alternativa en contraste con una década de cierta hegemonía del pensamiento ortodoxo.
Abeles y Borzel se ocupan de realizar una crítica muy dura de la política de metas de inflación. En principio, apuntan, la política de metas de inflación es el ropaje moderno de las tradicionales políticas monetarias ortodoxas para las cuales “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario” (Milton Friedman dixit) y que se postulan incapaces de influir en el nivel de empleo en el largo plazo (y en sus versiones más duras, inclusive en el corto plazo). Así, una vez que la economía está cerca de su tasa de desempleo que no genera una aceleración inflacionaria (o NAIRU como se la conoce por sus siglas en inglés) poco podría hacer – y nada debería intentar - un Banco Central para ayudar a generar puestos de trabajo.
Este debate es de suma importancia para la economía argentina donde puede ocurrir que la recuperación salaria y de empleo termine produciendo algún recalentamiento de la economía y presionando sobre los precios. Y si bien todavía hay suficiente capacidad ociosa y parece que el exceso de oferta de trabajo domina la dinámica económica, discutir el rol que el banco central debe tener en sostener la recuperación sin inflación (o con inflación moderada) es imprescindible.
En ese sentido, el trabajo de Abeles y Borzel es poco convencional porque no simplemente se limita a la discusión macroeconómica de corto y mediano plazo sino que desde su título se plantea cuales son las “implicancias para el desarrollo” de las metas de inflación. Allí, los autores cuestionan las metas de inflación por sus implicancias sociales: cuando la creación de empleo o la recuperación del salario se subordinan al control de la inflación, implícitamente se ve al desempleo “como regulador de los conflictos de clase”. Y buscan apoyo intelectual en economistas como Kalecki o Marx para apuntalar esa visión.
Más allá de las debidas felicitaciones a la aparición de este primer documento del CEFID-AR, tiene algunas debilidades que hay que señalar. Primero, Abeles y Borzel pelean contra un enemigo inexistente: las políticas concretas de los muchos países que dicen aplicar el inflation targeting no se parecen a la visión extrema con la cual discuten en el ensayo. Ni siquiera en el caso de aquellos veinte países que siguen – según los autores – un régimen puro. Tampoco existen en el caso argentino. El propio Alfonso Prat Gay definió su política monetaria como “discrecionalidad acotada” y la describió de la siguiente manera:
“La meta de la autoridad monetaria debería ser evitar un movimiento en el precio de la canasta de bienes en exceso de un determinado porcentaje, por encima o por debajo de la normal. Al definir cuál es el ritmo de crecimiento normal de los precios, la autoridad monetaria debe tener en cuenta la situación del empleo, el volumen de producción, la demanda efectiva de crédito que enfrentan los bancos, el flujo de circulante, las estadísticas de comercio exterior y los tipos de cambio. Siempre dentro de un marco de valoración y discreción”.La cita es nada menos que de John Maynard Keynes a quien ni siquiera Abeles y Borzel se atreverían a calificar de ortodoxo. Más aun, la definición elegida por Prat Gay muestra una preferencia por una política monetaria de objetivos múltiples (o bien de un objetivo pero contemplando restricciones de la economía real) antes que la versión estilizada de la que se ocupan los economistas del CEFID-AR. En un seminario reciente, el economista Roberto Frenkel – citado aprobatoriamente por Abeles y Borzel – se refirió de manera elogiosa a la política monetaria del banco central diciendo: “si no está roto, no lo arregles”. ¿Por qué entonces Abeles y Borzel hacen tanto ruido por algo que “no está roto”?
Hay un asunto aun más serio. Los autores tienen derecho a discutir con quien quieran en la academia. Ocurre que en el camino subestiman la problemática inflacionaria, y esto es particularmente grave para el caso argentino, cuando argumentan que “la evidencia empírica indica que tasas inflación moderadas no necesariamente ejercen una influencia negativa”. Y citan un estudio de Bruno y Easterly donde se concluye que “tasas de inflación inferiores al 20% anual no ejercen una influencia negativa sobre la economía real”. Y agregan, citando a Dornbusch y Fisher que “existe un rango de inflación moderada, entre 15% y 30% anual, que puede ser sustentable durante períodos prolongados de tiempo sin ocasionar perjuicios económicos.”
A ver si se entiende. Esto es como si al estudiar una población de hombres y mujeres normales se concluyera que comer con sal en forma “moderada” no es dañino y luego se extendiera esta conclusión para un paciente con hipertensión que se recupera de un by-pass múltiple. Para apoyar su caso, Abeles y Borzel también citan a Keynes:
“la inflación es injusta y la deflación inconveniente. De las dos, tal vez la deflación es la peor, si excluimos inflaciones exageradas como la de Alemania; porque es peor en un mundo empobrecido provocar desempleo que decepcionar al rentista.”Vale la pena releer bien esta cita. Seguramente el propio Keynes habría aceptado que la inflación que sufrió en el pasado Argentina es “exagerada” y que bien vale tener una tasa de inflación baja, en lugar de una moderada. Segundo, que en general es la inflación exagerada la que va asociada al desempleo así como a la decepción del rentista. Y la distancia entre lo moderado y lo exagerado no siempre es grande en países de historia inflacionaria, mecanismos indexatorios y carteras dolarizadas. La paradoja del caso argentino es que, debido a la memoria inflacionaria, la prudencia monetaria es una política progresista como bien saben y aceptan los buenos economistas heterodoxos. Subestimar este problema es síntoma de desmemoria inflacionaria.
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