lunes, febrero 27, 2006

Cuentos desde Miami




CUENTOS CHINOS: El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina por Andrés Oppenheimer. Editorial Sudamericana.

Andrés Oppenheimer está en la categoría de periodistas con influencia internacional aunque su mundo de análisis sea América Latina. Es por eso que leerlo es, en general inevitable, aunque no siempre placentero como en este caso. Además, tiene en su haber libros importantes: CON LOS OJOS VENDADOS, es un excelente ensayo sobre la corrupción en América Latina.

En CUENTOS CHINOS discute la problemática de América Latina por comparación con las experiencias exitosas de Asia y Europa. Sus conclusiones no son diferentes a las ideas establecidas para promover el desarrollo: el rol del capital humano con una fuerte orientación hacia carreras técnicas no liberales, las condiciones adecuadas para atraer inversiones extranjeras, la importancia de la estabilidad de las políticas y de la calidad institucional, entre otras. A lo que agrega un factor relativamente nuevo cual es el proceso de formación de mercados comunes o uniones aduaneras combinados con la asistencia a los países más débiles durante la transición. A través de viajes por los distintos países, y algunas lecturas, Oppenheimer va recopilando diferentes experiencias sobre el éxito y el fracaso económico.

Así, el fracaso de América Latina surge por contraste a los éxitos en otras partes. La incertidumbre institucional, los delirios de grandeza, la retórica y la práctica populista en general y la denuncia del imperialismo en particular, todo contrasta, en los viajes de Oppenheimer, con la modernidad china, polaca o irlandesa. Esta situación podría prolongarse para siempre excepto por un factor desestabilizador: el problema de la delincuencia. Para Oppenheimer la pobreza ya no es un problema de los pobres ya que ahora se traduce en delincuencia que afecta la calidad de vida de las clases pudientes.

Argentina – “el país de los bandazos”, como lo define Oppenheimer, tiene su capítulo, lo que es decir su cuento chino: “Kirchner dice que en el mundo ahora a la Argentina se la mira con otros ojos” (titular del Diario Clarín del 7/5/2005). La versión de Oppenheimer es diferente y la culpa – sostiene – la tiene, entre otras cosas, el estilo del Presidente. Veamos algunas críticas que le hace. Oppenheimer toma nota de los diferentes plantones del Presidente que incluyen al presidente ruso Putin por culpa de “una sobremesa muy extendida en Praga” y a Carly Fiorina, le ex número 1 de HP. Además, Oppenheimer relata dos encuentros con el Presidente. En el primero, on the record, la impresión que le dejó Kirchner fue favorable: “parecía bastante más democrático y tolerante que la impresión que muchos teníamos de él”.

Sin embargo, en un off the record posterior, más relajado, Oppenheimer quedó “preocupado” ya que Kirchner “daba la impresión de estar mucho más cerca de la izquierda retrógrada según la cual la explicación para todos los fracasos nacionales era el imperialismo norteamericano y los organismos financieros internacionales”. En realidad, la visión de Oppenheimer de los políticos argentinos es, en general, crítica como si la politiquería, el clientelismo político o simplemente la utilización de los fondos públicos para, por ejemplo, una campaña fueran un fenómeno exclusivamente argentino. No se trata de que la visión sea equivocada o no sino de que, para entender porqué algunos países crecen y otros no, hay que buscar las diferencias. Pero los límites de la clase política parecen ser, en cambio, un punto común: ¿quién puede ufanarse de tener clases políticas sistemáticamente ilustradas e iluminadas? Oppenheimer también señala que la versión que suele aparecer en los medios locales sobre los éxitos de política exterior del Presidente Kirchner no son tales y señala el caso de la Cumbre de Presidentes que tuvo lugar en Monterrey. En los medios locales se dijo que fue un “éxito rotundo” pero, cuenta Oppenheimer, cuando “Kirchner leyó un discurso en el que prácticamente culpaba a los Estados Unidos por los males de la región (...) el ambiente positivo se disipó en cuestión de segundos (...) a tal punto que Bush se había quitado los audífonos de traducción simultánea en la mitad del discurso”.

Sin duda que uno de los puntos altos de Oppenheimer es su versión de la política exterior norteamericana en general y la falta de importancia de América Latina en particular. “La próxima guerra no empezará en Tegucigalpa” fue la respuesta de un halcón del gobierno de Bush frente al reclamo de Oppenheimer. Y en lo racional Oppenheimer tiene razón: “Desde el punto de vista del comercio, la inmigración, el narcotráfico, la ecología y, cada vez más, el petróleo, no había región en el mundo que tuviera un mayor impacto en la vida cotidiana de los Estados Unidos que América Latina”. Y sigue: “En los últimos años, Canadá y México han sido los dos principales socios comerciales (…), Washington le vende más a México que a Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia, juntos, y más a los países del Cono Sur que a China”. Tres de los cuatro principales proveedores de energía están en el continente y dos son latinoamericanos, México y Venezuela. Y los problemas de inmigración y drogas también son de origen latino, en buena medida. Hay razones de fondo y coyunturales.

El pensamiento estratégico sugiere que el eje del mundo va hacia China e India, y eso indican los informes de planeamiento públicos y privados. Pero llegó el 11 de septiembre y cambió la agenda del Presidente Bush drásticamente: “todo el impulso latinoamericanista se desmoronó en cuestión de segundos” ya que “de allí en más, Bush no sólo se concentró de lleno en Medio Oriente, sino que su desastrosa decisión de lanzarse a la guerra de Irak (…) lo convertiría en el mandatario más antipático del mundo a los ojos de la gran mayoría de los latinoamericanos”.

En el método de investigación de Oppenheimer las entrevistas tienen un peso importante, y esto no es una excepción en CUENTOS CHINOS. Esto plantea un problema cuando se trata de entender porque algunos países crecen y otros no: las entrevistas pueden ser una buena fuente para el ejercicio periodístico de coyuntura pero es menos eficaz para lidiar con cuestiones que demandan un enfoque más analítico.

Oppenheimer también cita fuentes escritas pero muchas de ellas también son de tipo periodístico y pecan de falta de rigurosidad. Un ejemplo es el análisis que Oppenheimer hace del milagro irlandés. Entre otras razones para explicarlo, cita a “la ayuda económica de la UE que hizo que la transición fuera más soportable”. “Durante muchos años – escribe Oppenheimer – la UE había aportado generosos “fondos de cohesión” y “fondos estructurales” a Irlanda, al igual que había hecho con España, Portugal y Grecia”. Y sigue: “tan sólo entre 1989 y 1993, la UE le había dado a Irlanda 3.400 millones de dólares para la construcción de puentes, caminos y líneas telefónicas, entre otras obras de infraestructura, y para subsidiar a los sectores más amenazados del sector agrícola”. Más aun, “entre 1994 y 1999, recibió un segundo paquete de fondos estructurales y de cohesión de la UE por valor de unos 11 mil millones de dólares”. Luego, citando a The Economist, afirma que “los estudios más serios sobre la incidencia de los fondos de cohesión y los fondos estructurales sobre la economía irlandesa concluían que habían contribuido un promedio de 0.5% al crecimiento económico del país en la década de los noventa. No era una ayuda despreciable, pero –en un país que crecía a un promedio de casi el 7 por ciento anual – estaba lejos de ser el factor principal de éxito económico”. Ni Oppenheimer, ni el artículo original de The Economist citan esos estudios “serios”. Más aun, The Economist menciona que “las transferencias nunca excedieron 5% del PBI”. A ver, 5% del PBI es mucho más que un poco. Estamos hablamos de varios miles de millones de dólares en una economía de 3.5 millones de habitantes. Para decirlo mal y pronto, recibieron más subsidios per capita que lo que cada argentino debe por deuda externa. Seguramente esto no explica el milagro irlandés pero sin duda que es un factor importante.

En general, Oppenheimer adhiere a una tesis muy difundida entre los intelectuales y periodistas conservadores de América Latina: el subdesarrollo es un problema cultural y su solución requiere un cambio de mentalidad. A lo que agrega algún elemento nuevo como consecuencia de sus viajes a economías chicas y exitosas como Irlanda o Polonia: el impulso del mercado común que impone condiciones y restricciones pero, a la vez, provee ayuda financiera para la transición.

Por supuesto que se puede adherir a visiones no económicas del desarrollo pero aun así resulta difícil pensar que las diferentes políticas macroeconómicas son irrelevantes para explicar el fenómeno del desarrollo. La estructura económica importa y mucho. Hay quienes sostienen que China es exitosa porque al mover trabajo de la agricultura de subsistencia a trabajos mejores pagos en las ciudades mejora la calidad de vida de sus trabajadores aun cuando los niveles actuales sean bajos. Rusia, en cambio, ya tenía una población eminentemente urbana y entonces la introducción de instituciones de mercado sólo la llevó a una crisis de la cual sólo el alza del precio del petróleo la sacó. O la política cambiaria que explica también una parte de la fantástica competitividad china.

La falta de análisis económico y la adhesión a una visión, por llamarla de alguna manera, “institucionalista” del desarrollo pone a Oppenheimer cerca de las nuevas modas intelectuales en Washington (get the institutions right). El problema del desarrollo es, sin embargo, mucho más complejo que crear las condiciones para atraer capitales externos. El libro es interesante y se disfruta pero no cumple la promesa de “descubrir cual será el mejor camino a seguir para América Latina en las próximas dos décadas”.

1 comentario:

Jorge Ramiro dijo...

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