jueves, febrero 08, 2007

Guerreros de escritorio



GLOBAL FINANCIAL WARRIORS: THE UNTOLD STORY OF INTERNATIONAL FINANCE IN THE POST-9/1 por John B. Taylor. 324 páginas. 2007.

John Taylor es un personaje conocido para los argentinos: fue Subsecretario de Asuntos Internacionales del Tesoro de los EE.UU. entre los años 2001 y 2005. Era el enviado de Bush en los tiempos en los que el ex Presidente de la Rua esperaba una billetera salvadora, y también, quien acompañó en forma bastante amigable la reestructuración de la deuda argentina. Además, es un economista académico creador de la conocida Regla de Taylor, una regla para la administración de la política monetaria.

Los GUERREROS FINANCIEROS GLOBALES es la historia de su paso por el Tesoro. Taylor escribe su participación en asuntos como el desmantelamiento del financiamiento del terrorismo, la reconstrucción financiera de Afganistán y de Irak, la reforma de los organismos multilaterales de crédito, la diplomacia cambiaria y el manejo de los riesgos de contagio financiero, donde entra por supuesto la crisis y recuperación argentina. La promesa del libro es fascinante: un recuento de primera mano de un participante de alto nivel que, además, es un economista académico reconocido.


Es fácil desilusionarse rápidamente. Taylor muestra una adoración acrítica del Presidente Bush tanto que lo cita varias veces en frases de campaña antes que en reflexiones profundas. Todo está dicho en la siguiente apreciación de Taylor acerca del Presidente Bush: “Nunca estuve en una reunión del Consejo Nacional de Seguridad que el Presidente Bush no condujera en forma inteligente, gerencial, comenzando y terminando a tiempo, promoviendo la discusión, haciendo sentir a la gente cómoda, utilizando el humor en forma apropiada, escuchando atentamente, haciendo preguntas penetrantes, llegando al corazón del asunto, tomando decisiones y dando las órdenes”. Tal vez Bush sea el líder que Taylor describe pero, por un lado, esto no coincide con las apreciaciones de otras fuentes y, por otro, es demasiado bueno para ser cierto y no hace al corazón de la historia que quiere contar. Esto refleja uno de los grandes defectos del libro: el fuerte tono de propaganda del gobierno de Bush.

Esta crítica pone acento en la parte argentina del libro por razones obvias pero esto no significa que el resto no sea interesante.


Dice Taylor que “la historia de la crisis argentina es tan complicada como una novela de Dostoievski”. Taylor vino a
la Argentina casi a mediados de Agosto de 2001, tan sólo acompañado por el oficial de su oficina especializado en Argentina, Natan Epstein, “tan conectado con los argentinos que él recibía reportes diarios desde el banco central al mismo tiempo que el presidente del banco central lo hacía”. Su diagnóstico era bastante convencional: “el problema, a mi juicio y el del Tesoro, era que la Argentina se había alejado de las reformas pro-mercado implementadas a comienzos de los años noventa”. Además, el gobierno gastaba más de lo que recolectaba aumentando el riesgo de que Argentina entre en cesación de pagos.

Taylor asumió casi al mismo tiempo que el ex Presidente de
la Rua “reemplazaba a Machinea con Lopes (sic) Murphy: “quería llamar a Lopes (sic) Murphy para felicitarlo pero antes que pudiera hacerlo fue reemplazado; su error fue querer hacer lo que se suponía que había que hacer”.

Luego, menciona el anuncio de Cavallo de “una alteración inusual en el sistema cambiario de Argentina” que fue justamente el factor de convergencia que iba a vincular el peso a una canasta que incluía al dólar y al euro. Y cuenta que “recibí una llamada preocupada de Stan Fischer, el Primer Subdirector Gerente del Fondo Monetario Internacional, y acordamos que la modificación no era una buena idea” ya que “reduciría la confianza en el compromiso del gobierno a la fijación del tipo de cambio” pero “ya era muy tarde, la decisión estaba tomada”. Taylor comete un error con las fechas ya que sitúa la modificación cambiaria en abril, cuando ocurrió realmente en junio. No es el único error en las fechas y números que corresponden a al caso argentino.


Luego, da cuenta de cómo Cavallo presentó en Washington el megacanje y, sobre el resultado del mismo, opina que: “los pagos a corto plazo bajaron pero, para compensar a los inversores, los pagos futuros subieron en una cantidad mayor, haciendo que el valor presente total de la deuda suba y esto no fue bueno para la confianza”. Ahora el error es financiero: a la tasa pactada, los bonos entregados y los retirados sumaban lo mismo en valor presente, obviamente no en valor nominal. Y sigue con el plan de déficit cero que, para Taylor, “hizo ver a muchos argentinos que su gobierno ya no podía obtener crédito de los mercados privados”.


Taylor recuerda como Cavallo se negó a considerar la devaluación o la reestructuración de la deuda en su encuentro con él. Y de su encuentro con el presidente del BCRA, Taylor realiza una afirmación sorprendente: “en la visión de Maccarone, la corrida bancaria fue disparada por el Presidente de
la Rua en su anunció de julio de que el país ya no tenía acceso al crédito y tenía que mantener un déficit cero”.

El enviado de los EE.UU. se encuentra con de
la Rua y se sorprende de que “quería verme a solas” ya que “es inusual que un funcionario económico de un país extranjero se encuentre con el presidente sin que el ministro de economía u otros miembros del gabinete estén presentes”. De la Rua, según Taylor, enfatizó su compromiso con el déficit cero y, frente a la pregunta de “si las protestas, las huelgas y las manifestaciones iban a afectar la implementación de la ley”, respondió que “la mayoría silenciosa apoyaba”. Más llamativa fue la despedida cuando el ex Presidente de la Rua le dijo que “yo (Taylor) era el hombre del cual el futuro de su país dependía”. Es difícil para un argentino hoy no sentir vergüenza sobre esta reunión.

La conclusión para el funcionario del Tesoro fue que “deuda argentina era probablemente insostenible” (…) “pensé que la dolarización, lo que habían hecho Ecuador y El Salvador recientemente, mitigarían el impacto del default”.


En Agosto, Argentina pidió 8 mil millones de dólares más. Stanley Fischer estaba a favor de concederlos “suponiendo que pudieran obtenerse compromisos específicos de implementación del déficit cero”. “Colin Powell estaba preocupado que decirle que no al pedido de Argentina podría llevar a un pedido mayor después”. Otros, sostenían que para decir que no, había que tener un Plan B acordado con Argentina y el FMI. Así que, para Taylor, “la única cuestión era si podíamos atar algún tipo de reestructuración de la deuda o, al menos, un compromiso de Argentina de empezar a trabajar en un plan B”. Es por eso que se concedieron los 8 mil millones de dólares pero 5 se desembolsaron los 3 restantes se iban a desembolsar más tarde “en algún tipo de reestructuración de la deuda” y esto “tenía la ventaja de señalar enfáticamente que este era de hecho el último préstamo y que si Argentina no hacía los ajustes necesarios de política había que moverse al plan B”. La historia que sigue es conocida. Argentina comenzó con la primera reestructuración pero la crisis fue imparable.


Es interesante que no hubiera contagio del caso argentino y, según Taylor, esto fue debido a “nuestra estrategia de movernos gradualmente y tratando de señalar intenciones que, esperábamos, le permitieran a los mercados ajustarse a lo largo del tiempo para contener el contagio global”. Aun suponiendo que tenga razón,
lo que Taylor no dice es que la contracara de la salida gradual de los inversores de Argentina fue financiada con reservas y con deuda dura del FMI que no fue reestructurada.; es decir, con ahorro de los argentinos. Es sorprendente la ingenuidad de Taylor en esta confesión. Además, permite sacar, una vez más, la conclusión de que en el futuro la Argentina tiene que ser muy cuidadosa con el manejo del ahorro externo y el exceso de deuda.

Sigue la historia de la reestructuración de Kirchner-Lavagna. Taylor cuenta haber “enfatizado el principio de que el FMI no debía sobre-recetar a
la Argentina sino focalizarse en un número pequeño de objetivos de política”. Además, “enfaticé otro principio: que ni los EE.UU. ni el FMI deberían tomar posiciones mientras Argentina negociaba con sus acreedores”. En todo caso, el FMI no le hizo caso ya que el staff del FMI consideró insuficiente a la propuesta argentina y propuso una estrategia de pago más agresiva en sus ejercicios de sostenibilidad, aunque Taylor no lo menciona.

El diagnóstico de Taylor de la recuperación es tan ingenuo y convencional como lo era su diagnóstico de la crisis: “con la oferta monetaria creciendo lo suficiente para financiar una recuperación fuerte, Argentina rebotó del pozo con una velocidad sorprendente”.


Hasta aquí, el comentario sobre la parte que se refiere a Argentina. Pero la mayor parte del libro está dedicada a otros asuntos. Por ejemplo, el diseño del aspecto financiero de la guerra internacional contra el terrorismo. La directiva consistía en congelar todos los activos posibles que pudieran ser fuentes de financiamiento para Al Qaeda y grupos relacionados. Taylor destaca el “espíritu de cooperación internacional” algo exagerado en comparación con períodos anteriores de la historia financiera internacional como el patrón oro o el acuerdo de Bretton Woods.


Y saluda el nacimiento de una clase de combatientes, los GUERREROS FINANCIEROS GLOBALES, entre los que se incluye. En muchas partes, recurre a un lenguaje casi heroico y militar, para describir las tareas que realizó. Hay mucha exageración en esto: aún realizando muchas misiones a zonas de guerra, el trabajo de los funcionarios del Tesoro no parece tener lugar en un escenario de combate.


Más en general, toda la mentalidad militar que permea el discurso de Taylor no parece consistente con la noción de que las negociaciones financieras internacionales son (o deberían ser) un juego de suma positiva. Más de una vez en el libro, Taylor explica que los EE.UU. estaban dispuestos a la acción unilateral si no encontraban cooperación, cosa que ocurrió también en otros aspectos además del financiero.


Taylor cuenta con detalle también su intento de reforma del FMI y, más en general, del sistema financiero internacional con la introducción de las cláusulas de acción colectiva, oponiéndose especialmente a la solución propuesta por el FMI y Anne Krueger, una corte internacional de quiebras. La idea era justamente que los nuevos bonos a emitirse incluyeran cláusulas que permitieran una reestructuración ordenada si fuera necesaria incluyendo un período de gracia para el deudor. Era un mecanismo “descentralizado que se apoyaría más en el sector privado que en el gobierno”. Muchos países finalmente incorporaron las cláusulas a sus bonos y Taylor habla de “progreso sorprendente”. También cuenta como se impusieron límites al FMI para prestar a los países.


La conclusión del ex subsecretario es que estos cambios al sistema financiero internacional fueron la causa probable de las mejores políticas de los países emergentes ya que generaron mejores incentivos y redujeron el riesgo moral. Esta afirmación es, por lo menos, una exageración: sostener que el buen comportamiento de las economías emergentes tiene algo que ver, siquiera algo, con las cláusulas de acción colectiva y los límites a los préstamos al FMI (irrelevantes en un mundo que le repaga al Fondo) es un insulto a la inteligencia del lector informado.


Y este es el problema esencial del libro: está plagado de elogios al propio autor y al gobierno del presidente Bush con ausencia plena de reflexiones críticas y con un tono absolutamente panglossiano. Para el lector interesado en la historia reciente, el recuento de Taylor es finalmente útil si se lo lee con cuidado. Pero tendrá que soportar el hecho de que Taylor le recuerde, casi todo el tiempo, que el sendero de política económica internacional que llevó adelante fue el mejor posible
.

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