sábado, enero 07, 2006
Lavagna: la biografía
Quiso la suerte que, como advierte Liascovich en el prólogo, el “libro estaba marchando a imprenta el lunes 28 de noviembre de 2005, el mismo día en que Roberta Lavagna dejaba de ser ministro de Economía del presidente Kirchner”. Es por eso que las dos páginas del prólogo adquieren un valor extra ya que allí es donde Liascovich, con el objetivo de “conjurar esa sorpresa”, especula sobre el futuro de Lavagna antes de indagar sobre su pasado. Con acierto retórico, Liascovich nos dice que “Lavagna no tiene destino de pantuflas”. Más importante, su análisis lo lleva a descartar un Lavagna que construya “un polo de poder y de intereses mortalmente enemigo del que encarna el presidente patagónico”. Es decir que el biógrafo descarta una alianza que pueda colocar a Lavagna al lado de Macri, López Murphy o Scioli (especulaciones recientes de algunos analistas políticos) porque “no encarna una posición económica de corte liberal antagónica a la de Kirchner, al estilo de los economistas ortodoxos. Hay entre ambos diferencias de velocidad y de herramientas pero no existen dos países económica y socialmente demasiado distintos en sus cabezas” (aunque su biografía muestra a un Lavagna algo más preocupado por la calidad institucional que su ex jefe).
Liascovich recorre con detalle y buena información la vida de Lavagna. Seguramente el lector se va a sorprender al saber que el ex ministro fue desaprobado en Análisis Matemático, I y II, más de una vez. A la vez, consiguió un sobresaliente en Matemática para Economistas. Liascovich no especula sobre esto pero ¿acaso esto estaba preanunciando a un economista más orientado a la práctica, con cierta impaciencia por la abstracción y la academia pura?
Cuenta el libro que Guillermo Nielsen define a Lavagna como “el más político de los economistas”. El hecho de haber sido ministro de economía durante casi 4 años a la salida de la crisis más grande que sufrió la Argentina contemporánea no es la razón. Cavallo, a quien cuesta definir como “político”, piloteó una crisis y duró más años en el cargo. De hecho, las crisis generan vacíos de poder que no necesariamente requieren de muñeca política sino simplemente de coraje y oportunidad. El Lavagna político, según se entiende de su biografía, se ve en la forma en la que incorpora lo social en su análisis: “dije – dice Lavagna – que también había que evitar las políticas falsamente modernizantes que, con la excusa de la eficiencia y la modernización destruyen el tejido social”. Aunque el biógrafo no analiza la política cambiaria y sus repercusiones económicas y sociales, es difícil entender los años recientes sin incluir el problema social. El tipo de cambio alto promueve la creación de empleo en el sector industrial pero, a la vez, conlleva salarios bajos medidos en poder adquisitivo de alimentos (que, al ser bienes transables, está dolarizado). Tanto así que es la novedad política es que un gobierno peronista implemente una política de alimentos caros. Un tipo de cambio real más bajo sube los salarios en términos de alimentos pero disminuye el derrame de la recuperación económica al promover una organización de la producción más capital-intensiva. Entonces, la política económica busco maximizar la creación de puestos de trabajo aunque estos fueran, en buena medida, de baja calidad y baja productividad. Mejor que discutir el problema de la pobreza es discutir el problema de los salarios bajos dijo el Ministro Tomada.
¿Cuáles son las influencias intelectuales de Lavagna? Por supuesto que la escuela estructuralista latinoamericana conjugada con cierta orientación desarrollista o industrialista. Además, Liascovich nos cuenta de su admiración por John Kenneth Galbraith lo que confirma su preocupación por la cuestión social (el propio Lavagna cita usa términos galbraithianos como “tecnoestructura”). Galbraith es uno de los mejores escritores, con una prosa de gran estilo, llena de ironía; se trata de un economista heterodoxo que se precia de combatir a la sabiduría convencional. No es extraño entonces que Galbraith sea un modelo para Lavagna, a lo que se agrega otras características suyas como es el hecho de haber sido embajador de los EE.UU. en la India nombrado por JFK (Lavagna pasó por la diplomacia) o haber sido el escritor de los discursos de Adlai Stevenson (Lavagna escribe sus propios discursos). Uno puede conjeturar, aunque no lo hace el biógrafo, que la preferencia por Galbraith no sólo es ideológica sino, también, por su actitud iconoclasta e incluso hasta estética en la personalidad educada de Lavagna. En términos de personalidades políticas, los líderes a la De Gaulle acaparan la admiración del ex ministro.
Lavagna tiene una interesante concepción del estado como “árbitro” entre sectores “en función de objetivos e intereses superiores” pero, más allá de un progresismo educado y reformista, dista de tener posiciones extremas. Liascovich cuenta cuando Mario Cafiero “lo cuestiona por izquierda” porque no “consideró el origen del endeudamiento”. El propio Cafiero cita a Lavagna: “a mi me dieron para negociar un stock de deuda, yo no tengo por qué averiguar acerca de la legalidad o no de esa deuda”. Y según una fuente del biógrafo (que no se cita), el propio Lavagna habría dicho: “Yo soy mucho menos progresista de lo que me adjudican”. Tal vez Lavagna carga, como el Presidente Kirchner, con una imagen más radical que su realidad.
Liascovich se ocupa de “la plata de Lavagna” sin encontrar ninguna evidencia sólida (más allá de rumores vagos que no se priva de citar aunque el mismo duda de la fuente). No cita algunas investigaciones recientes, como la de Maximiliano Montenegro, que si cuestiona la posibilidad de que Lavagna viva con el dinero que declara (aunque su estilo de vida no es fastuoso, el mantenimiento de su patrimonio, sugiere Montenegro, ya de por si se lleva una parte de su ingreso declarado). No hay argumentos concluyentes, ni siquiera sugestivos, en la evidencia disponible y, aunque la carga de la prueba se invierte en el caso de los funcionarios, Lavagna sale airoso. Llama la atención, en cambio, como su consultora, Ecolatina, consigue clientes por la proximidad con el poder del propio Lavagna. Si bien su socio en la consultora, Alberto Paz, niega el tráfico de influencias, si reconoce que hay empresas que “además del asesoramiento quieren algo más” (según la consulta que le hace Liascovich): “No, no lo han dicho de frente pero me doy cuenta en seguida. ¡Tardo dos segundos y medio! Está en la habilidad de los que me secundan parar ese tipo de cosas, sin perder al cliente. Y si lo perdemos, lo perdemos” responde Paz. Pero, en la consultora trabaja Marco, uno de los hijos del ex ministro. ¿Se respetará la confidencialidad necesaria, las “murallas chinas” que, por ejemplo, rara vez se respetan en el mercado financiero?
La biografía de Liascovich es interesante y nos acerca a Lavagna, una personalidad llamada a tener otros roles importantes en la política que viene. Por eso es valiosa. A los gustos personales de esta revisión le falta audacia por parte del biógrafo que no jerarquiza y valoriza las historias y las decisiones del ex ministro. Una clara evaluación de Lavagna como ministro, por ejemplo, enfatizaría el enorme logro que fue resistir la conversión forzosa de depósitos congelados en bonos (la historia está contada, por supuesto) o, también, haberse opuesto a la compensación de los amparos a los bancos. Es más difícil hacer una evaluación de los errores, y tal vez injusto, por que la magnitud de la crisis pero algunas cuestiones hubieran merecido más análisis. Algunos ejemplos: ¿Hizo Remes Lenicov el trabajo sucio de la devaluación dejando a Lavagna un camino más despejado? ¿Hizo Lavagna un esfuerzo suficiente por aumentar las tarifas y aventar los riesgos de problemas de infraestructura que en enfrenta la economía?
Otra cuestión que Liascovich no discute es si Lavagna era indispensable u otro economista capaz hubiera tenido éxito también (aunque parece aceptar que Lavagna fue “un hombre providencial, en palabras de Duhalde). Cuenta Lavagna que, a la búsqueda de un reemplazante para Remes, Duhalde también había convocado a Guillermo Calvo: “él llegó una hora después que yo, creo que si llega una hora antes se lo dan a él”. Calvo “¡venía con las recetas del Fondo! (…) el FMI vino a proponer que hiciéramos, y lo digo textual, una hiperinflación controlada”. Pero Duhalde no sabía lo que iba a hacer Lavagna: “¡El caos era caos! Y no hubo discusión sobre lo que me proponía hacer: “¿Usted Lavagna, qué va a hacer? ¿La banca off-shore, va a nacionalizar todo?” No, nada de eso se habó”, cuenta Lavagna a su biógrafo.
La cuestión es más profunda: ¿depende la historia de “algunas superficialidades” como “el largo de la nariz de Cleopatra”? (los encomillados pertenecen al propio Lavagna). O, como creen otros, las oportunidades hacen a los hombres que actúan, en buena medida, llevados por las circunstancias (la idea del Napoleón sustituto: si Napoleón no hubiera existido otro hubiera tomado su lugar). La respuesta más profunda no fue saldada por historiadores y filósofos. Pero es interesante que el propio Calvo aportó un granito de arena a la discusión con su trabajo MILAGROS DEL AVE FENIX (que se comentara en EL ECONOMISTA del 9 de diciembre de 2005) donde se muestra que las economías que se recuperan de fuertes crisis (como Turquía, el SE asiático, Rusia, América Latina en los 80, etc.) en todos los casos lo hacen en forma “milagrosa” en menos de tres años, virtualmente sin crédito y con una recuperación débil de la inversión. Seguramente la recuperación liderada por Lavagna es mejor que otras (Brasil, por caso, es un contraste interesante de políticas, y una referencia importante sobre lo que no hay que hacer – atrasar el tipo de cambio – para el propio Lavagna) pero, más allá de las percepciones dramáticas de la época, la sociedad y la economía no hubieran implosionado (¡aunque es fácil decirlo con el beneficio de la perspectiva y la crítica bibliográfica, claro!).
Con exceso, Liascovich deja hablar a sus personajes, a fuentes bien conocidas de la crisis o a trabajos académicos, a veces citándolos varias páginas seguidas. Puede entenderse como un ejercicio de biografía más neutral y avalorativa pero sin duda que la lectura se hace algo pesada por las largas transcripciones de fuentes y reportajes. Aun así, la oportunidad, la cercanía e interés de la historia más que compensan estas objeciones y hacen de LAVAGNA: LA BIOGRAFIA un testimonio valioso de la historia reciente.
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