sábado, mayo 14, 2005
Y el dinero seguía entrando (y saliendo)
And the Money Kept Rolling In (and Out): Wall Street, the IMF, and the Bankrupting of Argentina. PublicAffairs, 2005, 320 páginas.
Si el Presidente Kirchner no leyó el último libro de Paul Blustein entonces debería hacerlo. El periodista de “The Washington Post” muestra con buenas razones y una prosa fluida los roles y las responsabilidades del FMI y de la comunidad financiera internacional en la crisis argentina. Argentina es, para Blustein, “principal fracaso de la globalización”. En palabras del propio Blustein: “cuanta más gente entrevistaba y más documentos llegaban a mi poder, más me horrorizaba el rol que la comunidad internacional había jugado en inflar a la economía argentina hasta un punto peligroso para luego dejar caer al país de tan mala forma cuando la burbuja explotó”.
En la quiebra de Argentina – dice Blustein – hay dos grupos de actores extranjeros “en el centro del drama: los financistas privados y los policymakers internacionales al más alto nivel”. Blustein “pone rostros humanos en estos jugadores, desmitifica sus operaciones y da cuenta de sus acciones en momentos críticos” y de esa manera llega a “la historia incómoda del rol de la comunidad internacional en la debacle”. Más allá de todas sus propias fallas, apunta Blustein, “la Argentina fue una víctima de las equivocaciones, la inacción e inclusive el comportamiento impropio de los intereses financieros extranjeros, de los burócratas y de las figuras políticas”.
En relación al FMI, Blustein se ocupa fundamentalmente de los (incompetentes) mecanismos decisorios en una burocracia internacional y como estos tienden a suprimir la expresión de la disidencia y la diferencia de opiniones. También, acerca de la falta de incentivos del FMI para demandar un cambio de política económica sino hasta que fue muy tarde. En lo que hace a la comunidad financiera internacional, Blustein expone los conflictos de intereses que surgen por todos lados: quien cobra enormes comisiones por asistir en la emisión de los bonos es a su vez quien analiza el atractivo financiero de esos bonos.
El autor señala que entre las cosas que funcionan mal en el mundo de hoy hay un factor esencial, pero ignorado: la movilidad del capital financiero: “una cosa es abrir un país a los bienes extranjeros y a la inversión en fábricas de las multinacionales. Otra cosa muy diferente es abrirse a los flujos gigantescos de las finanzas internacionales”. En la crítica a la apertura de la cuenta capital, Blustein no aporta argumentos más ricos que los que ya avanzaron economistas como Stiglitz, Bhagwati o Krugman entre otros. De hecho, su objeción es, desde el punto de vista teórico, no demasiado sofisticada: “en la práctica, la plata de afuera atontó a los policymakers argentinos llevándolos a minimizar los peligros de sus políticas”. Cita a McDonough, ex presidente de la Fed de Nueva York: “es como un sobrino que se vuelve dependiente de un tío rico que muere repentinamente y le deja el dinero a alguien más o decide que no ama más a su sobrino y le corto los víveres. Uno puede preguntarse: ¿Quién es responsable? ¿El tío o el chico?” Y cita a dos ex funcionarios argentinos. Primero, el ex subsecretario de financiamiento Miguel Kiguel: “una vez que sabés que los mercados están ahí y hay financiamiento, uno se comporta como si el financiamiento fuera a estar ahí para siempre”. Después, el ex subsecretario de programación regional Rogelio Frigerio: “si uno recibe el dinero tan fácilmente como lo recibimos nosotros es muy difícil decirle a los políticos “no gasten más, sean prudentes” porque el dinero estaba ahí y ellos lo sabía”. En las historias de Blustein subyacen dos puntos importantes. Primero, los funcionarios que no tienen incentivos políticos a negarse al financiamiento y, segundo, el empuje del marketing interesado de Wall Street en convencer a funcionarios e inversores que las cosas van en la dirección correcta es poderoso.
Las firmas de Wall Street, dice Blustein, “cuyos analistas tendían a producir los reportes más influyentes y optimistas para los inversores sobre las perspectivas de Argentina eran generalmente los que cobraban las comisiones por llevar los bonos del gobierno argentino al mercado”. Blustein estima que entre 1991 y 2001, los grandes bancos de inversión se beneficiaron de un negocio de más de mil millones de dólares en comisiones.
Casi comparando el caso argentino con lo ocurrido en el caso de Enron, Blustein cuenta que el estratega de mercados emergentes de Salomon, Desmond Lachman, predijo que la economía del país iba a chocar contra la pared mucho antes del colapso y de sus competidores. Sin embargo, “la visión de Lachman sobre la Argentina no se explicitaba en los reportes publicados por Salomon. El brindaba sus opiniones pesimistas a los clientes en conversaciones privadas”. Y este es uno de los problemas más serios de Wall Street, según Blustein: “la renuencia de las grandes firmas como Salomon a ofender a los emisores de bonos y acciones por miedo a perder negocios”. Citando a un ex funcionario argentino, Blustein sostiene que del Ministerio de Economía se le dijo a Salomon que “se aseguraran de tener diversos puntos de vista”. Blustein cita a Federico Thomsen, ex economista de ING en Argentina, “hay un montón de auto-censura (…) si hay cosas buenas para decir, se dicen, pero si hay cosas malas, uno mantiene la boca cerrada (…) si el Ministerio de Economía se enoja con uno eso significa muchos negocios perdidos (…) uno quiere estar en esa posición especialmente en tiempos de bonus”.
Para algún consuelo de los involucrados, las cosas no son tan graves como en otros activos financieros según Blustein: “es justo decir que los conflictos de intereses en el mundo de los mercados emergentes – al menos aquellos que pude detectar sin los beneficios del poder de citar testigos del gobierno – son mucho menos dañinas que las prácticas que salieron a la luz en relación a las actividades de ventas de acciones tecnológicas”. Los muchachos fueron menos malos que en el Norte.
No sólo los bancos de inversión se equivocaron mucho. Luego de anunciar que el Presidente Menem iba a asistir a la sesión plenaria de la reunión anual del FMI y el Banco Mundial en 1998, un honor reservado a muy pocos, y frente a una pregunta si Argentina era un ejemplo, el número uno del FMI Michel Camdessus afirmó: “en muchos aspectos, la experiencia argentina en los años recientes fue ejemplar, incluyendo la adopción de una estrategia apropiada a comienzos de los años 90 (…) claramente Argentina tiene una historia para contarle al mundo: una historia acerca de la importancia de la disciplina fiscal, del cambio estructural y de una política monetaria rigurosamente seguida”.
En el FMI hubo disensos, tal vez tardíos. Blustein cita el caso del Tesoro británico cuando “tomó el camino inusual de enviar una carta privado al Tesoro norteamericano y a otros ministerios de economía del G7 con el argumento de que las chances de fracaso de un programa convencional del FMI eran muy altas”. Así, el 10 de Noviembre del año 2000 los británicos escribieron que “si el crecimiento no regresa existe un riesgo real de de que la interrupción de los pagos internacionales sea inevitable y la convertibilidad se vuelva insostenible”. Sólo 10 días después, un memorando secreto del FMI titulado “Plan Gamma” exploraba el camino de una quita en la deuda pública. Es cierto, se decía en el memorando, que esta quita podía disminuir la confianza en los contratos financiero y poner en peligro a los bancos pero esto no era necesariamente el resultado. El “escenario I” del memo, con consenso político y fondos frescos del FMI, “el gobierno reestructuraría la deuda, la corrida bancaria se podría controlar y la convertibilidad sobrevivir”. Y había, por supuesto, economistas influyentes extranjeros escépticos tales como Roubini o Calomiris (a quien Cavallo denigraría en más de una ocasión).
Blustein cuenta la historia íntima de momentos traumáticos, pero no por eso menos fascinantes: el blindaje, el megacanje y la explosión final. Como en las buenas películas, no vale la pena adelantarle al lector más que los detalles. Sobre el blindaje, la discusión entre el FMI y sus accionistas principales, el G7, ya se dijo más arriba, no fue consensuada pero si permaneció oculta por bastante tiempo. Sobre el megacanje, además de las relaciones cercanas entre Mulford y Cavallo, cita las estimaciones de Mussa – ex economista jefe del FMI – según las cuales la transacción ahorraría 12 mil millones de dólares de pagos de deuda entre el 2001 y el 2005 aunque agregando 66 mil millones de dólares de pagos de deuda entre el 2006 y el 2030 a un costo del 16% anual. Entre el blindaje y el megacanje la deuda total argentina aumentó unos 52 mil millones de dólares. Unos 8 mil millones de dólares del blindaje son deuda dura: hay que honrarla al 100%. Los 44 mil millones adicionales del megacanje fueron a la reestructuración y habrán terminado agregando más de 20 mil millones de deuda nueva.
De allí que la pregunta que ronda a la narración de Blustein es si Argentina debió haber entrado en cesación de pagos mucho antes y haberse ahorrado el aumento sustancial en sus pasivos que tuvo lugar en el año 2000 y en el 2001. Fueron dos años donde la deuda total explotó.
La narración de la antesala a la crisis está dominada por los intentos desesperados de Cavallo de reflotar a la economía. Intentos dominados por el voluntarismo y la creencia casi mágica en que su persona podía dar un vuelco abrupto a las expectativas que las llevara a ignorar las inconsistencias fundamentales. Así como Claudio Loser declaró en el libro “Enemigos” que llegó a dudar de la salud mental de Cavallo, Blustein cita a un ex subsecretario de presupuesto, Nicolás Gadano en forma parecida: “Cavallo nos decía “yo se que ustedes no me creen pero la economía va a crecer 10% este año”. El esperaba que sólo su cara en la televisión produjera resultados. A veces pensábamos que este tipo estaba fuera de sí”. Cavallo ejerció ciertamente una influencia mágica en economistas jóvenes como Gadano, Sturzenegger o Mondino pero una vez que el mercado descreía, no compraba más.
Blustein no es economista y eso se nota. Primero, su propia explicación de la crisis es demasiado fiscalista concentrada en políticos que gastaron de más cuando la convertibilidad exigía disciplina fiscal. El rol del tipo de cambio atrasado es menor en su análisis y no lo menciona como un factor crítico. En esa línea, tampoco cuestiona el modelo de análisis del FMI excepto en la ya mencionada crítica a la apertura de la cuenta capital. Pero las historias son dramáticas e interesantes, una combinación difícil de encontrar en finanzas, y casi por acumulación construye un caso contra el rol del FMI y de los mercados financieros señalando su enorme responsabilidad en la crisis. Aunque, reconoce, esto no disculpa ni un poco las culpas locales ya que fueron los políticos argentinos elegidos democráticamente los que llevaron adelante estas políticas. Si este no es el libro de cabecera del Presidente, lo será pronto.
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1 comentario:
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Fernando
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